Hombres solos
La soledad creciente empieza en los 40
ES difícil reparar en ellos. Entre parejas y familias pasan desapercibidos. Ellos no hacen ruido. No hay nada hermoso en ellos. Son invisibles, carecen de atributo alguno.
Suelen estar en los sitios a unas horas determinadas. Un poco antes de la hora punta, como si hubiera un turno específico para ellos: la media hora de los hombres solos.
Se les ve llegar a la barra del bar, un poco antes de que llegue todo el mundo, y pedir un pincho y una caña. Comen y beben. No es la comida regular de un día de trabajo, hay una ligerísima expectativa que nace cansada. Es viernes noche. Miran alrededor con un aire furtivo que quiere ser digno. Casi seguro ese hombre pedirá otra cerveza, no por sed, ni siquiera por el alcohol, solo por hacer tiempo; luego pagará y se irá, ¿dónde? ¿Hay alguien que espere a ese hombre?
La soledad creciente empieza en los 40. A partir de ahí, la vida se integra en un cauce familiar o gira hacia lo desconocido. ¿No los han visto en un Burger King? Entre niños jugando y familias de cumpleaños, hay dos, tres hombres mirando sus patatas en silencio. Siempre se sientan de espaldas, como si fueran en contradirección en un vagón solitario. No quieren ser vistos, quieren intimidad para su hamburguesa.
Tienen el aspecto de un coche usado con algún problema oculto en el motor. Fuera ya del mercado sexual, se les supone alguna rareza. En el mejor de los casos podrían ser excéntricos; en el peor, un poco escabrosos, pero a veces ni eso. Solo hombres con menos atractivo del necesario para ser distinguido.
Con el tiempo es probable que padezcan del corazón. El hombre solo tiende a un modo de vida poco saludable; es difícil que coma verduras, que no beba al menos un poco, que no caiga en el sedentarismo, ninguna amiga los llevará a zumba...
Su soledad se arrastra al día siguiente, cuando aparecen en el bar para desayunar. Ocupan abusivamente mesas de cuatro. Son antieconómicos. Y su forma social es la invisibilidad. Existen teóricamente, son una posibilidad, el ‘tío del saco’. Aquello que no quieres ser. Hasta que un día, sin darte cuenta, reparas en ellos, los ves. Y ellos a ti.