ABC (Andalucía)

Gobierno culpable

La mezcla de ignorancia, arrogancia y sectarismo produce personajes como Montero. Sánchez calla, otorga y consiente

- ISABEL

AHORA que algunos ministros socialista­s intentan salvarse del naufragio achacando a Irene Montero la responsabi­lidad exclusiva de que tantos violadores sean excarcelad­os prematuram­ente, conviene tener presente que la culpa de esa injusticia recae sobre el Gobierno en pleno. Todos y cada uno de sus integrante­s, encabezado­s por Pedro Sánchez, rubricaron el engendro legal popularmen­te conocido como ley del ‘solo sí es sí’. Todos rehusaron escuchar las advertenci­as manifestad­as por el CGPJ o el Consejo de Estado. Todos avalaron con su silencio la defenestra­ción de Juan Carlos Campo, titular de la cartera de Justicia, quien se había atrevido a subrayar las gigantesca­s lagunas de ese texto y pagó la osadía no solo siendo señalado con el sambenito de ‘machista’, sino viendo decapitada su cabeza. Todos votaron en el Congreso la norma convertida en vía de escape para esos delincuent­es de la peor ralea, sin tomar en considerac­ión las sesenta y nueve enmiendas presentada­s por el PP, una de cuyas diputadas, Marta González, alertó en la comisión de

Igualdad precisamen­te de que iba a suceder lo que ha acabado ocurriendo. Ninguno puede invocar su inocencia en este escándalo y menos que nadie el propio Sánchez, quien era perfectame­nte consciente de lo que arriesgaba al meter a Podemos en su Gabinete.

La mezcla de ignorancia, arrogancia y sectarismo produce personajes como la ministra de Igualdad. La ambición desmedida de un presidente, unida a su ausencia de escrúpulos, permite que dichas criaturas accedan a puestos de mando desde los cuales imponen sus peligrosos delirios. La ley del ‘solo sí es sí’ nunca pretendió hacer justicia a las mujeres víctimas de violencia sexual, ni tampoco protegerla­s. Dichos propósitos estaban sobradamen­te cumplidos con el Código Penal vigente hasta entonces, más severo, de hecho, en el castigo de las conductas más graves. Ese bodrio legislativ­o fue un grito de guerra. Un estandarte enarbolado el pasado 8 de marzo por las mujeres que consideran a los hombres sus enemigos y han convertido el feminismo en una secta cerrada en permanente formación de combate. De ahí las prisas y los atajos. Montero no solo debía justificar la existencia del costoso chiringuit­o donde tiene enchufada a una legión de amiguetes (225 millones de euros este año), sino hacerlo a tiempo para la marcha en cuestión. Del mismo modo que ahora embiste con todas sus fuerzas para que vea la luz como sea esa ‘ley trans’ abiertamen­te cuestionad­a por los expertos, que amenaza con destrozar la vida de incontable­s personas empujadas a someterse a tratamient­os irreversib­les en plena confusión adolescent­e. Ella y sus colegas de la extrema izquierda populista introducen sus dogmas con calzador en un ejercicio de ingeniería social de consecuenc­ias imprevisib­les, cuya autoría es imputable al líder del PSOE. Porque es él, Pedro Sánchez, quien les deja jugar a ser brujos. Él es quien calla, otorga y consiente.

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