ABC (Andalucía)

Vía libre para la eólica flotante

Ariel Mungía, el sin papeles que pasó de fregar platos a chef de concurso Este cocinero hondureño lleva solo ocho meses en el restaurant­e alavés El Puntido, pero acaba de ganar el XVIII Campeonato Nacional de Pinchos y Tapas de Valladolid

- CLARA

ABC EMPRESA

Ariel Mungía madruga mucho, y cocina cuando todos duermen. Acostumbra a encender los fogones del restaurant­e en el que trabaja –El Puntido, en Paganos (Álava)– a las 4.00 o 5.00 horas, porque antes de su jornada laboral ‘entrena’ y experiment­a a su aire con sabores, ingredient­es y horno. «Amo la cocina, siempre estoy haciendo platillos, pero intento ponerme ese rato para no molestar a nadie ni ensuciar la cocina después de las cenas», explica. La llamada de atención parece poco probable: después de solo ocho meses de contrato, este hondureño de 23 años acaba de proclamars­e campeón en el XVIII Concurso Nacional de Pinchos y Tapas celebrado en Valladolid. Y no es el primer galardón que recibe, ya que hace unos meses volvió de Zaragoza con otro de Cocina y Pastelería.

En muestra de un sentido de la responsabi­lidad inquebrant­able, apenas un par de días después de ganar ya estaba de vuelta en su puesto. Mientras, los vallisolet­anos probaban la tapa de este joven –‘Cochino Bocado’–, que sedujo al jurado a base de cochinillo cocido a fuego lento y lechuga licuada. Él está feliz: conseguir este premio «no tiene precio». «Mis jefes me han felicitado y me han dicho que lo incorporar­emos al menú inmediatam­ente, pero tardaremos un poco hasta que consigamos todos los ingredient­es», cuenta Mungía. Y es que usó hasta 55. Entre ellos, alga kombu, hojas de shiso o jalapeño fresco.

Su vocación por la cocina no llegó de forma evidente. Su madre, profesora en una escuela de La Ceiba (Honduras), invitó un día a comer a una pareja de españoles que estaba allí de voluntaria­do. «Yo no sé qué pasó, qué conexión hubo, pero volvieron a visitarnos siempre que podían», indica. Cuando Mungía cumplió 18 años, le hicieron una proposició­n: «Me ofrecieron un verano en un camping de Huesca, que viera si me gustaba España», recuerda, «así que allí me fui y estuve fregando platos». Tres meses después, decidió quedarse. El visado turístico había vencido y se había convertido en un sin papeles, así que urgía formarse y encontrar un trabajo. La hostelería, «en la que siempre se necesita gente», le pareció «una vía rápida».

Allí, en Huesca, se matriculó en la Escuela de Cocina Guayente, y luego estudió un grado superior en San Lorenzo. A pesar del éxito, considera que nunca dejará de formarse y asegura que gasta buena parte del sueldo en libros de cocina. Quiere aprender de todas las comunidade­s de España. Pero sobre todo, el joven se deshace en elogios a sus compañeros, hacia aquella pareja y hacia los dueños de la bodega que le dieron su primera oportunida­d. «Están que no caben en sí de emoción, deseando que no me vaya, porque saben que un premio así te cambia la vida», reconoce, pero echa el freno. «De momento, aquí me quedo», asegura.

Su familia, a la que tantas ganas tiene de ver, es la que le ayuda a poner los pies en la tierra. De hecho, no se olvida de sus orígenes y cuando él se sienta a la mesa tiene debilidad por la pizza de pepperoni, pero también por una buena ‘baleada’, un plato típico de Honduras. Sin embargo, el símbolo que le recuerda que no debe ‘subírsele a la cabeza’ son las alcachofas, ya que hace tiempo, un profesor le pidió que le pasase una caja y él tuvo que admitir que no sabía qué era. «Sé de dónde vengo y la humildad espero no perderla nunca», reitera, con una amplia sonrisa.

«Mi familia me ayuda a poner los pies en la tierra. La humildad espero no perderla nunca»

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// ABC El cocinero Ariel Mungía posa con varias tapas de su Cochino bocado
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