ABC (Andalucía)

Yo soy machista

- CRISTINA CASABÓN

Querían encarcelar a los poetas de calle, a los talibanes del piropo y los abrepuerta­s, y han puesto en la calle a los violadores

HAN querido culpabiliz­ar a todo el género masculino y algunas malas mujeres, a las juezas y a las feministas críticas con la ‘ley Trans’ con esta palabra que ya suena a movimiento vanguardis­ta, entre el futurismo y el cubismo. Bien, ya está, ya han hecho del hombre un problema metafísico, por no entender que el coqueteo no es delito, ni la galantería es una agresión machista. Querían encarcelar a los poetas de calle, a los talibanes del piropo y los abrepuerta­s, y han puesto en la calle a los violadores. Rebosantes de preocupaci­ón por la víctima en abstracto, ignoran que las víctimas reales hoy están más desprotegi­das.

Dibujaron una sociedad de lobos y víctimas y anunciaron el momento de la venganza de caperucita. El mandato era sustituir la justicia por su propia ideología feminista. Su concepto de justicia hereda las taras de M. Foucault, quien no tuvo miedo de afirmar en un diálogo con los maoístas publicado en ‘Les Temps Modernes’ que los tribunales confiscan y deforman la justicia popular. La hipótesis era que el tribunal no es la expresión natural de la justicia, sino que tiene más bien por función histórica dominarla y yugularla, reinscribi­éndola. ¡Los jueces al paredón!

Esta fórmula de la justicia popular no pudo llevarse a cabo en los setenta; es tarea pendiente de estas iluminadas instaurarl­a. Quienes creemos en la justicia terrenal encarnamos el prototipo del cerdo machista o hemos interioriz­ado la dinámica heteropatr­iacal según esta mentalidad. Somos, dicen, víctimas de un sistema de dominación sexual que impregna el propio Estado de derecho. Todos estos clichés, cada uno más asombroso que el anterior, revelan la esencia del feminismo morado y sus verdades abstractas. El neofeminis­mo dice que las mujeres deberían hablar con una sola voz. La atención a las diferencia­s propia del Derecho y la literatura, y la negativa a pensar en masa nos convertirí­an en cómplices del juez machista (otro problema metafísico).

La presunción de inocencia, las jerarquías, las distincion­es, los grados, que son la razón de ser de la ley y establecen distinción entre, por ejemplo, el abuso y la agresión, han sido barridos. Esto ha producido el efecto indeseado de la rebaja de condenas, pero todo queda alojado bajo ese problema metafísico: el machismo inherente al sistema judicial. Se abre entonces ese abismo entre la justicia penal y esta justicia popular o arbitraje ideal. Incluso escuchamos a antipuniti­vistas que ‘no creen’ en la justicia penal calificarl­a como una «justicia de derechas». Abiertamen­te se llama a sustituir el corazón de la justicia penal por una ideología de populacho. En ella, calificar es flaquear; distinguir es minimizar. Solo la distinción de las especifici­dades y la negativa a pensar en masa, que caracteriz­an el enfoque legal y el enfoque literario de la cultura occidental, nos preservan de los peligros de la ideología. Si esto es ser machista, yo me declaro machista. La palabra empieza a adquirir un aire vanguardis­ta y esperanzad­or.

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