Día del pobre
Al menos desde 2018 sabemos que, mientras naufragaba medio país, el beneficio empresarial llegó a incrementarse en un doscientos por ciento
Creo que ha sido la iniciativa papal, bienintencionada por supuesto, la que ha instituido el ‘día del pobre’ que celebramos el pasado domingo sin mayores consecuencias. Metido como ando hace tiempo en la historia del tema, sé bien que ese ‘hijo de Cristo’ que proclamaba Quevedo tentándose la ropa, ha sido tradicionalmente objeto de desprecio y hasta de injuria (me resisto a citar a los desdeñosos desde Tomás de Aquino a nuestros ‘ilustrados’ pasando por el mismísimo y piadoso Cervantes) según el protocolo inalterado del que desde siempre se ha servido el ‘sistema’. Esa «nada social que es el pobre» según Guzmán de Alfarache (esto es, según Mateo Alemán), ha soportado siempre una descalificación compatible con la permanente protesta hijuela del idealismo cristiano. Y hoy recibe nada menos que una efemérides propia en ese calendario en el que figuran las conmemoraciones más banales.
¿Qué haremos año tras año concelebrando la injusticia supina de una pobreza creciente con guiños solidarios y buenas palabras? ¿Tiene algún sentido en España este recordatorio cuando sabemos que un tercio de nuestra población afronta indefensa el riesgo de pobreza, que su mitad mal contada vive desesperadamente al límite, que casi un cuarto de ella no llega a fin de mes o que siete millones de familias no podrán pagar la calefacción en el amenazante invierno que se nos viene encima, amén de que los españoles somos ya líderes de la UE en ‘pobreza laboral’? Al menos desde 2018 sabemos que, mientras naufragaba medio país, el beneficio empresarial llegó a incrementarse en un doscientos por ciento, que el uno por ciento de la población acapara cerca de la mitad de la riqueza nacional y que la pandemia ha dejado tras de sí nada menos que 400.000 nuevos pobres.
No sabemos en qué quedará la cosa si, como está vaticinado por los expertos no gubernamentales (la propia Autoridad Fiscal, entre ellos), nada más pasar el potlach navideño iremos de cabeza hacia una nueva recesión, pero parece obvio que lo que ocurra no ha de ser sino el agravamiento de la situación de pobreza. De manera que, con ‘día del pobre’ o sin él, la conjunción de adversidades que vivimos acabará propiciando fatalmente el desplazamiento del pobre hacia el mendigo y, desde luego, el descalabro progresivo de esas ‘clases medias trabajadoras’ (¿) amparadas hasta ahora por el ruinoso ‘Estado del bienestar’. No va a quedarnos ni la evasiva esperanza esgrimida por Alonso de Palencia, aquello de que «pobre es aquel que tiene algo pero poco». Pero ¿qué quiere decir ‘poco’, alma de cántaro? Cualquier mileurista informado se vería hoy retratado en esa vieja definición.