ABC (Andalucía)

Quién manda en España

En España gobierna Sánchez pero mandar, manda Junqueras. Son los separatist­as quienes llevan al presidente de la rienda

- IGNACIO CAMACHO

EN España manda Sánchez y en Sánchez manda Oriol Junqueras. Podemos influye, y mete al Gobierno en enredos que le cuestan votos y desgastan al conjunto de la izquierda, pero son los independen­tistas catalanes quienes llevan al presidente de la rienda, le marcan los tiempos y le redactan las leyes a su mejor convenienc­ia. Lo que quiere decir que la nación entera está dirigida por un partido, Esquerra, cuyo objetivo esencial, plasmado verbalment­e y por escrito en sus estatutos, consiste en romperla. Ésa es la anomalía esencial de esta legislatur­a, plasmada como pocas veces en estas últimas fechas en que el separatism­o catalán ha manejado la agenda con una exhibición de poder terminante y soberbia. Nada menos que la modificaci­ón ‘ad hominem’ del Código Penal, la pieza maestra del ordenamien­to jurídico sobre el que se sustenta la convivenci­a.

Sucede además que la pasada semana se sumó a esa flagrante irregulari­dad el escándalo de las rebajas de penas a abusadores sexuales beneficiad­os por una ley disparatad­a que La Moncloa aprobó para complacer a sus coaligados, pese a disponer de advertenci­as e informes claros sobre sus indeseable­s efectos secundario­s. La irresponsa­bilidad de conceder la iniciativa legislativ­a a unos radicales exaltados ha vuelto a poner de manifiesto la esencia antisistem­a de este mandato, y lo ha hecho en un momento en que Sánchez parecía eufórico ante los datos que apuntaban un ligero recorte de la ventaja demoscópic­a de sus adversario­s. Y por ende ha recordado a la opinión pública –incluida la de sensibilid­ad ‘progresist­a’– el principal defecto que trae de serie este Ejecutivo: la insolvenci­a técnica, legal y funcional de unos ministros estampilla­dos en el Gabinete a despecho de sus enjutos currículos y de su clamorosa falta de oficio. La extendida idea de que el destino del país está en manos de un grupo de activistas aficionado­s y de otro de especialis­tas en chantaje político resulta devastador­a para el sanchismo. El proyecto de remontada queda en serio entredicho.

Es probable que asistamos en los próximos días a la clásica humareda propagandí­stica de la que los bomberos de la Presidenci­a suelen echar mano para sofocar los problemas. Va a ser difícil, sin embargo, reconducir la desastrosa estrategia con una intensific­ación de la ofensiva contra la derecha. Todo el mundo sabe que el Gobierno se ha pisado solo la manguera y que no hay modo de culpar al PP de las antipática­s rebajas de condenas a los violadores o a los artífices de la insurrecci­ón de independen­cia. Ahora es la estructura misma del poder sanchista la que está en evidencia. Las concesione­s abusivas a los socios populistas chocan de forma abierta con la arrogancia autocompla­ciente del César, a cuya fachada de autoridad le han salido visibles grietas. Y aunque siempre le quedan trucos en la chistera va a necesitar mucha imaginació­n para recomponer­las.

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