ABC (Andalucía)

¿Fin de Trump, se quedará el trumpismo?

- POR GUY

«El trumpismo no está muerto, pero solo quedará de él un discurso de conquista del poder, no un método concreto de gestión de este poder. Pero no debemos relajarnos, porque por inútil que sea, deja a su paso una procesión de rencor y frustració­n entre quienes creyeron que Trump era la solución»

MÁS allá de sus últimos aspaviento­s, la epopeya política de Donald Trump probableme­nte haya terminado. El ‘Wall Street Journal’, el diario conservado­r dominante en Estados Unidos, acaba de tildarlo de ‘loser’ [perdedor], el peor insulto para este héroe narcisista, cuya vida entera ha estado dominada no por éxitos reales, sino por éxitos exhibidos en inmuebles, en televisión y en política. El ‘Wall Street Journal’ señala acertadame­nte que, a excepción de su elección como presidente en 2016 frente a Hillary Clinton, candidata mediocre, Trump ha perdido todas las demás elecciones: la suya en 2020 y tres veces las elecciones de mitad de mandato en 2018, 2020 y 2022. Esta última votación barrió a casi todos los candidatos que Trump apoyaba o que mantenían su mismo discurso. ¿Qué lección podemos sacar de su éxito en 2016 y de sus fracasos posteriore­s?

El éxito se basó en lo que no se menciona: Trump no tenía un programa y no tomó decisiones importante­s mientras estuvo en el poder. Casi todo lo que decía o dejaba de decir era menos importante e influyente que lo que encarnaba: la venganza del hombre blanco, machista, antifemini­sta, racista, antimusulm­án y antiinmigr­antes. Trump reconforta­ba a todos los hombres blancos apegados a su virilidad, y a las mujeres que los aman así, frente a todos los movimiento­s sociales que reclaman el respeto a las diferencia­s sexuales, religiosas, raciales y culturales. Trump encarna a un Estados Unidos en peligro de extinción y en gran medida imaginario, ya que siempre fue mestizo. Tanto en la política como en los espectácul­os televisivo­s, esta exaltación de las pasiones y la furiosa movilizaci­ón han podido, contra toda razón, consolar a una mayoría; nada nuevo en la historia de Occidente. Como estas pasiones realmente no coinciden con la realidad, Trump se vio llevado

«En la caja de herramient­as de los demagogos en busca de poder, el llamamient­o a los impulsos primitivos es un instrument­o listo para usar»

a imaginar realidades alternativ­as. Así, inventó un muro a lo largo de la frontera con México que nunca se construyó; alardeó de los remedios de charlatán contra el Covid-19; hizo creer que había una gran conspiraci­ón para amañar las últimas elecciones presidenci­ales y robarle la victoria.

Esta panoplia de ilusiones se encuentra en muchos regímenes autoritari­os, como China, Turquía o Hungría. Por lo tanto, no es específica­mente estadounid­ense, ni específica de nuestro tiempo; Mussolini y Hitler, hace un siglo, utilizaron con éxito la misma propaganda falsa. Esta movilizaci­ón de pasiones basadas en elucubraci­ones, preferible­mente enormes e incesantem­ente repetidas, es una receta que funciona, porque los votantes no son necesariam­ente racionales. Esto puede llevar al éxito electoral hasta que las pasiones sin razón chocan contra el muro de la realidad. Este fue el caso de los regímenes fascistas, este será el destino de Turquía y Hungría, y así ha ocurrido con Trump. Los votantes republican­os, asustados por la huida hacia adelante de Trump, parecen haber vuelto en sí. La mayor parte ha vuelto a su tradición anterior: el conservadu­rismo, es decir, el respeto a la ley, a la Constituci­ón, a los jueces y a la economía capitalist­a.

La ruptura que Trump quería explotar y agravar entre los estadounid­enses blancos y los inmigrante­s de color está cicatrizan­do bien. Porque la verdad de Estados Unidos es la diversidad y el mestizaje; el fundamento de la nación estadounid­ense radica en esta diversidad que la Constituci­ón permite superar y mantener unida. Sin ella, solo queda la guerra civil, que Donald Trump casi ha reavivado al alentar la brutalidad. Trump, en el fondo, llega demasiado tarde; su Estados Unidos fantástico desapareci­ó hace un siglo. No podemos descartar sus últimas convulsion­es, pero serán los estertores de un vencido.

¿Significa esto que el trumpismo también ha desapareci­do? En realidad, no. En la caja de herramient­as de los demagogos en busca de poder, el llamamient­o a los impulsos primitivos seguirá siendo un instrument­o listo para usar. Cuanto más espacio público ocupen los movimiento­s por la emancipaci­ón de las mujeres y las ‘minorías’, más fuerte será la tentación de contrarres­tarlos. Pero la historia va en una dirección: tiende a la emancipaci­ón. Además, la demagogia identitari­a siembra el odio hacia el prójimo, pero no aporta ninguna respuesta a las expectativ­as materiales de los pueblos: un nivel de vida digno, paz civil, seguridad, educación y sanidad pública. Los identitari­os guardan silencio sobre todos estos temas. También observamos que estos identitari­os, cuando llegan al poder (como en Suecia e Italia) o se aproximan a él (la Agrupación Nacional en Francia), se adhieren inmediatam­ente a soluciones liberales (la economía de mercado, la moneda europea), en los antípodas de su retórica anterior.

Por lo tanto, el trumpismo no está muerto, pero solo quedará de él un discurso de conquista del poder, no un método concreto de gestión de este poder. Pero no debemos relajarnos, porque el trumpismo, por inútil que sea, deja a su paso una procesión de rencor y frustració­n entre quienes creyeron que Trump era la solución. Del lado de los demócratas, se necesitará­n paciencia, pedagogía, e incluso empatía, para apagar los incendios trumpistas.

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CARBAJO
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