Continuidad o apuesta de futuro, la disyuntiva de los obispos ante la elección de su secretario
∑La Conferencia Episcopal elige este miércoles al sustituto de Argüello, arzobispo de Valladolid desde junio ∑Tendrá que enfrentar los cambios que viva la Iglesia en el próximo quinquenio
Si el secretario general que los obispos eligen el miércoles cumple su mandato será testigo de excepción, en esos cinco años, de cómo cambia por completo la cúpula de la Iglesia española. En ese tiempo, los cardenales Omella y Osoro, cumplidos los 80 años y sin derecho a entrar en un hipotético cónclave, dejarán todas sus responsabilidades. Serán otros rostros los que ocupen las sedes de Barcelona y Madrid y la presidencia y vicepresidencia de la Conferencia Episcopal. Además, 25 de los 78 obispos que esta semana tienen la obligación de elegir al secretario se habrán jubilado.
La realidad sociológica será también muy diversa. El proceso de secularización de la sociedad española parece imparable. Si no se frenan las tendencias, en 2027 serán menos del 50% los españoles que se declaren católicos, según el CIS. Y la vida sacramental corre el riesgo de convertirse en testimonial, con apenas un 25% de bautizos entre los niños nacidos y los matrimonios por la Iglesia por debajo del 10%. Por no hablar del marco político, con tiempo casi para dos elecciones generales y sus correspondientes cambios de Gobierno y por tanto de interlocutores con los que habitualmente negocia la Iglesia.
No es difícil deducir que con ese contexto, la elección del secretario general se convierta en una importante decisión para los obispos, que antes de pensar un nombre tienen que sopesar si optan por una línea continuista o por una apuesta de futuro capaz de dar respuesta a esos retos. Y es que el secretario, aparte del gobierno interno de ‘la casa de la Iglesia’, tiene otras funciones fundamentales, como la relación ordinaria con el resto de obispos y entidades eclesiales, la representación diaria con organismos externos como el Gobierno, así como ser la imagen y la voz de los obispos, a través de la portavocía.
Es decir, debe ser persona de gobierno, forjadora de consenso, de verbo fácil, doctrina consolidada y capaz de enfrentarse a la prensa con solvencia. Y es ahí donde se complica la elección. En principio, cualquier cristiano bautizado podría ser secretario de los obispos. En la práctica, de los diez secretarios que ha tenido la Conferencia, siete eran obispos, y solo tres sacerdotes, aunque dos de ellos fueron nombrados obispos durante su mandato. Es decir, que lo más probable es que el secretario general sea obispo o que acabe siéndolo. Es muy difícil que en esta ocasión se rompa esa estadística.
Lo cierto es que en esta ocasión los obispos lo tienen difícil para encontrar un sustituto para Luis Argüello. Tanto, que las presiones para que se quedara un año más y agotara su mandato han llegado hasta estos días. En la práctica, si buscamos el perfil habitual del secretario –un obispo joven, auxiliar o titular de una diócesis pequeña, cercana y bien comunicada con Madrid– apenas salen un par de nombres. Una falta de banquillo lastrada por el retraso en el relevo de obispos.
Separar la portavocía
En ese contexto, decir que la candidatura de Francisco César García Magán es, por descarte, la que más posibilidades tiene de prosperar, no es un desdoro hacia sus capacidades para el cargo, sino asumir la escasa capacidad de elección que tienen ahora los obispos. García Magán tiene 60 años y es obispo auxiliar de Toledo desde enero. Es buen gestor, tiene experiencia en la carrera diplomática (ha estado en cinco nunciaturas) y su trabajo en la Secretaría de Estado vaticana le permitiría afrontar una posible negociación de los acuerdos IglesiaEstado desde un conocimiento directo de la fontanería.
En su contra juega el que no cuenta con un respaldo unánime del resto de los obispos y que ya ha dejado caer en círculos eclesiales que no asumiría la portavocía de la Conferencia y la delegaría en un laico, preferiblemente una mujer. Una posibilidad que recogen los estatutos y que ya se dio hace unos años aunque, entonces, la portavocía la asumió un sacerdote. Sin embargo, el valor simbólico de que una mujer fuera el rostro visible de los obispos españoles, tendría como contrapartida que habría que buscar un perfil con evidentes dotes de comunicación, conocimiento profundo del magisterio de los obispos españoles y capacidad de respuesta rápida y eficaz a cualquier pregunta de actualidad política de los periodistas.
Junto a la opción de García Magán, se ha barajado la del auxiliar de Madrid, José Cobo. Podría responder a esa imagen pública de obispo joven comprometido con lo social. Pero la dedicación a la Conferencia dejaría a Osoro prácticamente solo al frente de la diócesis de Madrid en los últimos años de su pontificado. Además, al ser obispo, le daría voto en la Permanente y la Ejecutiva, lo que rompería el equilibrio actual entre Omella y Osoro. Igual ocurriría con los auxiliares de Barcelona.
Si todos estos inconvenientes llevan a descartar a un obispo como secretario general, la opción más plausible es la de un sacerdote. En ese sentido, destaca el nombre de Carlos López Segovia, el actual vicesecretario de Asuntos Generales. Ha sido el segundo de Argüello en estos años, conoce la casa a la perfección y los entresijos de los asuntos más candentes. De hecho, es la apuesta del secretario saliente.
En este baile de nombres tampoco han faltado las voces que reclaman que un laico asuma el cargo, como empieza a ocurrir en algunas conferencias episcopales europeas. El nombre de Fernando Giménez Barriocanal, el actual vicesecretario para Asuntos Económicos,
es el que se apunta en caso de se diera esta posibilidad que, sin embargo, parece lejana. Por una parte, el arraigado clericalismo del episcopado español hace complicado pensar que confíen esa responsabilidad en un laico. Por otra, ponerle al frente de la secretaría sería el típico caso de ‘desvestir a un santo para vestir a otro’, porque le obligaría a dejar la parte económica de la Conferencia –que hasta ahora ha gestionado con acierto– en otras manos, o convertiría a Barriocanal en la persona más poderosa de la Iglesia española en el caso de que, de facto, siguiera teniendo decisión en ambos campos.
En esta situación parece comprensible que los obispos hayan retrasado al miércoles la elección y se hayan dado un día más para negociar los nombres que acabarán llevando a la Permanente. Aunque en estas elecciones nunca hay autocandidaturas ni campaña, hoy y mañana será el tiempo de conversaciones, cruces
Podría ser un sacerdote, un laico o una mujer, aunque la principal apuesta es el auxiliar de Toledo
de llamadas y mensajes telefónicos para valorar la viabilidad de cada candidato y perfilar el sentido final del voto de cada uno de los 78 electores. Será incluso tiempo para hacer aflorar, si es necesario, el nombre de algún «tapado» que venga a concitar los apoyos necesarios, si fallan las opciones más evidentes. Y tiempo de comprobar si finalmente los obispos eligen pensando en dar respuesta al futuro incierto que se les avecina o se limitan a salvar la papeleta. El miércoles, en torno a las 10 de la mañana, conoceremos el nombre. Y la respuesta.