Fiesta local en la jaima
∑Morgan Freeman y el Naranjito, estrellas de la inauguración ∑La Copa comienza con una breve ceremonia tradicional y futurista
El estadio Al Bayt se encuentra a cincuenta kilómetros de Doha. El GPS pone que está en el municipio de Al Khor, pero en realidad es un estadio fastuoso en pleno desierto. Es este un desierto plano y sin dunas, un árido desierto de tierra cenicienta y matojos empecinados, que recuerda más a los Monegros que al Sahara. Tiene el estadio Al Bayt forma de tienda beduina, como la que utilizaban los antiguos mercaderes qataríes que iban con sus camellos de aquí para allá, pero con unas dimensiones ciclópeas. Incluso su interior está recubierto de hermosas telas encarnadas, a lo mil y una noches. Hay pocos estadios como este en el mundo, con un toque tan singular, ahora que casi todos parecen platillos volantes recién aterrizados. Lo malo es que no se puede admirar la prodigiosa arquitectura del estadio Al Bayt inocentemente, haciendo como si nada, cuando se conocen las condiciones leoninas, cercanas a la esclavitud, de los trabajadores inmigrantes que contribuyeron a levantarlo.
Ayer fue el gran día del estadio Al Bayt, su presentación en sociedad, con buena parte de sus 60.000 asientos ocupados, su aire acondicionado funcionando a tope y una colorista ceremonia inaugural, entre tradicional y futurista. Es este un Mundial extraño, celebrado en noviembre pero a 30 grados, en un país cuya legislación tropieza con los derechos humanos en varios puntos significativos. Eso explica la escasa representación de artistas de renombre internacional en la ceremonia de apertura, aunque solo unos pocos, como Rod Stewart o Dua Lipa, hayan declarado abiertamente su negativa «por motivos éticos». Ese puesto lo ha ocupado Jung Kook, miembro de una banda coreana de K-Pop, los BTS, que actuó junto al cantante qatarí Fahad Al-Kubaisi.
Hace dos días Shakira negó que fuese a participar y ayer se descubrió que tampoco iban a estar sobre el césped los Black Eyed Pies o Robbie Williams. Al menos Shakira sonó porque el discjockey Grayson Repp puso alguna de sus canciones y los aficionados ecuatorianos se movieron al son del ‘hips don’t lie’. También sonó el ‘waka waka’ y hasta el ‘Alé, alé, alé’ de Ricky Martin, lo que no deja de ser curioso en un país que considera que los homosexuales padecen algún tipo de daño mental.
Los qataríes, sin embargo, parecían haber pillado sitio en la ópera y ni gritaban ni bailaban. Solo agitaron las banderitas y empezaron a chillar cuando entró el emir. A falta de Shakira estuvieron Morgan Freeman y el Naranjito. A Freeman, actor portentoso que ha llegado a interpretar a Dios, uno se lo imagina en cualquier sitio, pero resultó mucho más raro ver otra vez al Naranjito en un Mundial. A los organizadores se les ocurrió que sería buena idea reunir en el desierto a todas las mascotas desde Inglaterra 1966 y ahí apareció un Naranjito inflado, al lado de Gauchito (Argentina 1978) y Ciao (Italia 1990). Morgan Freeman estuvo acompañado por Ghanim Al Muftah, un emprendedor qatarí que padece el síndrome de regresión caudal, una enfermedad rara que impide el desarrollo de la parte inferior del cuerpo. Al Muftah, que estudia en la Universidad de Loughborough, en el Reino Unido, y Freeman hablaron de respeto a las diferencias y de otras cosas igualmente admirables.
Al actor le tocó volver a salir a escena para glosar brevemente la belleza del fútbol al tiempo que se emitían imágenes con los primeros momentos del fútbol qatarí. Sus palabras antecedieron a la intervención del emir de Qatar, Tamim ben Hamad Al Thani, que concluyó con fuegos artificiales, el vuelo de la máscota, La’eeb, y el alzamiento del símbolo indefinible de esta Copa del Mundo indefinible.