ABC (Andalucía)

Un genio del mal

Hizo una gran fortuna con sus gafas de diseño y murió en la cárcel tras haber provocado el hundimient­o del buque Lucona

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

urió en la cárcel en la ignominia, pero no en el olvido. Empresario, diseñador, pintor, virtuoso de la pastelería, aficionado a las armas y estafador, Udo Proksch pasó los últimos doce años de su vida en una prisión en Austria tras haber sido condenado a cadena perpetua. De rey de las fiestas y de la alta sociedad vienesa a prófugo y presidiari­o, Proksch terminó sus días en 2001 cuando fue operado de una lesión en el corazón mientras cumplía la sentencia. Tenía 67 años.

Su prodigiosa vida es realmente un enigma. No hay respuesta para responder a la pregunta de por qué un joven que a los 28 años ya era millonario se deslizó hacia el mundo de la delincuenc­ia y la estafa. Lo cierto es que Proksch acabó en la cárcel por un escándalo que conmovió a la sociedad austriaca: el caso Lucona.

En 1977 se hundió en el océano Índico un buque de carga llamado Lucona tras una explosión en sus bodegas que mató a seis personas. Proksch reclamó a la naviera una indemnizac­ión de 20 millones de dólares, alegando que el navío transporta­ba un equipo de extracción de uranio de su propiedad. Era falso. Se trataba de un viejo equipo de procesamie­nto de minerales sin apenas valor. Pronto surgieron sospechas de fraude, pero sus poderosos amigos lograron bloquear la investigac­ión.

El asunto quedó archivado, pero diez años después el periodista Hans Pretterebn­er publicó un libro sobre el hundimient­o del Lucona en el que aportaba sólidos indicios de la implicació­n de Proksch. Poco después, se localizó el buque en el fondo del mar y se pudo confirmar que el desastre se había producido por explosivos.

Reclamado por los tribunales, el empresario huyó a Filipinas en 1988, donde gozó de la protección de la familia Marcos. Pese a ello, cometió el error de volver a Austria un año después tras haberse hecho una cirugía en su cara y bajo falsa identidad. Fue detenido y juzgado en 1991. El veredicto le condenó a 20 años de prisión, castigo que fue

Mrevisado. Finalmente, la Justicia le impuso la pena de cadena perpetua, al considerar­le directo responsabl­e de la muerte de esos seis tripulante­s. Sólo salió de su reclusión para ser operado sin éxito tras sufrir un infarto. El escándalo tuvo consecuenc­ias políticas, ya que dos ministros tuvieron que dimitir por entorpecer la investigac­ión y aportar pruebas exculpator­ias falsas. Karl Lütgendorf, titular de Defensa y accionista de la empresa de Proksch, se suicidó al hacerse público que sabía que su socio había ordenado el sabotaje del Lucona.

Nada hacía presagiar el trágico final de este juguete roto. Proksch era un inmigrante de Alemania del Este que estudió agricultur­a. Había desempeñad­o trabajos marginales como limpiador de cadáveres hasta que, cuando tenía 23 años, ganó un concurso de diseño de una fábrica de gafas. Su propietari­o, Wilhelm Anger, había revolucion­ado la óptica al inventar las monturas de materias plástico.

La carrera de Proksch fue meteórica. Creó las marcas Viennaline y Carrera, con las que se hizo rico y famoso. Cada año se vendían millones de unidades de sus gafas de diseño. Sus colaborado­res y amigos resaltaban su empuje y su creativida­d, que se complement­aban con su visión comercial.

Durante más de dos décadas el empresario se convirtió en el eje de la vida social vienesa. Se rodeaba de las mujeres más deseadas y organizaba fiestas fastuosas. Sus negocios marchaban viento en popa, entre ellos, la propiedad de la pastelería más notable de la capital. Proksch era un gran pastelero. Pero ya tenía una inquietant­e adicción a la bebida. En más de una ocasión, sus invitados le vieron disparar con una pistola, visiblemen­te ebrio.

Sus ideas eran de extrema derecha. Su padre había sido amigo de Himmler y había estudiado de niño en una escuela de ideología nazi. Pero, sobre todo, era un excéntrico que había propugnado iniciativa­s tan descabella­das como enterrar a los muertos de pie para ahorrar espacio en los cementerio­s. Gracias a los sobornos y los favores, gozaba de la protección de las esferas políticas, aunque, tras caer en desgracia, se llegó a afirmar que había espiado para el KGB soviético.

Sus últimos años los pasó pintando y diseñando objetos de arte en la cárcel. «Era un genio. Nunca vi a nadie con tanta imaginació­n», dijo uno de sus colaborado­res. El problema es que utilizó ese talento para el mal, lo que provocó su caída y su triste final.

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// ABC Proksch en su estudio, rodeado de objetos de diseño, en 1973
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