Miradas impúdicas
L Atiranía de lo políticamente correcto es detestable y peligrosa, pero la falta de sentido común de sus adeptos da para escribir columnas como ésta. Ahora resulta que el Instituto de la Mujer, dependiente del Ministerio de Igualdad, ha elaborado un protocolo que sanciona «las miradas impúdicas» en el trabajo. También se castigan las «bromas y comentarios sobre la apariencia sexual».
No conozco precedente alguno de esta iniciativa. Ni siquiera la Inquisición o el puritano Cromwell se atrevieron a censurar la mirada. Pero el departamento de Irene Montero pretende que actuemos no sólo contra la propia naturaleza sino también contra algo fundamental para garantizar la supervivencia de la especie.
El protocolo también prohíbe el flirteo en el ámbito laboral, lo que ignora que la mitad de las relaciones sentimentales se entablan en este entorno. La pregunta a Montero es cómo entiende ella que se puede iniciar un ‘affaire’ si antes no existe el cortejo ritual, indispensable en el reino animal.
Es obvio que cualquier contacto empieza por la mirada y que, cuando existe atractivo, un hombre no mira a una mujer como a un jarrón, por poner un ejemplo. Soy consciente de que esta afirmación molestará a algunas feministas, pero es la pura verdad.
Al Ministerio de Igualdad se le ha olvidado en este protocolo prohibir la literatura galante tipo Choderlos de Laclos, los cuadros de Rubens y cientos de películas que se desarrollan a partir del cortejo, empezando por ‘Lo que el viento se llevó’. Es evidente que Clark Gable mira con lascivia a Vivien Leigh.
Lo que pretende este discurso tan caro al feminismo radical es reducir el sexo a un aspecto puramente funcional y neutro, como si hacer el amor fuera como tomar un puré de verduras. Pero el sexo está arraigado en un impulso que late en lo más profundo de la psique y que determina todo lo que hacemos. El sexo siempre ha sido algo perturbador, que no encaja en lo establecido y que es imposible racionalizar. Es esencialmente transgresor. Esto se halla en la base del psicoanálisis freudiano, que sostiene que esa fuerza salvaje es reprimida por el orden social, que el sujeto introyecta en su interior a través de la educación.
Bataille decía que el erotismo es la reafirmación de la vida hasta el punto de conducir incluso a la muerte. No hay ninguna pulsión en el ser humano como la del sexo, que no se extingue jamás. Somos animales sexuales y, no guste o no, esa identidad está arraigada en el inconsciente.
Acotar, limitar y codificar el deseo es una tontería. Resulta imposible establecer cuándo una mirada es impúdica, lo mismo que no se puede exigir un acta notarial para constatar el consentimiento. El sexo es un misterio indescifrable e inefable, muy vinculado a lo sagrado en las culturas antiguas. El resto es silencio.
Al Ministerio de Igualdad se le ha olvidado prohibir la literatura galante tipo Choderlos de Laclos, los cuadros de Rubens y cientos de películas