Brasil empieza a bailar
La canarinha, alegre y ofensiva, debuta con golazo de Richarlison y anticipa diversión
Un Mundial no arranca hasta que salta la canarinha al césped. Es este un momento fundacional y casi mágico, como cuando al principio de la temporada las escuderías de Fórmula 1 retiran los toldos que cubren la carrocería y los espectadores pueden apreciar el bólido en todo su esplendor. A veces, como en las épocas de Dunga, hay murmullos de decepción, porque hubo un tiempo lamentable en que Brasil quiso ser centroeuropea, pero es este 2022 un bólido esplendoroso, rutilante, afilado. Nueve delanteros convocó Tite y aún podía haber traído a más, aunque esta exuberancia amazónica tampoco garantiza que cada partido se vaya a transformar en una goleada. No puedes poner todos a la vez y también necesitas a Casemiro arando el campo con el tractor y a Lucas Paquetá controlando la temperatura por si el incendio se les va de las manos. Y menos aún cuando enfrente están los serbios, que son invariablemente altos, fuertes, duros y competitivos.
Durante la primera parte, dio la impresión de que Tite había lanzado su voluptuoso bólido contra una pared de cemento armado, aunque las filigranas de Neymar, Raphinha y Vinicius eran amenazas constantes que los serbios despejaban con el espíritu aguerrido de quienes saben que el enemigo es más fuerte e incluso más inteligente. Fue tal vez Vinicius el más efervescente del aluvión de atacantes brasileños en este primer tiempo. Cada vez que le llegaba el balón dejaba en
El poderío físico de Serbia se desvaneció ante la magia de los brasileños, que jugaron un gran partido en su estreno del Mundial
el aire de Qatar el presagio de un golazo, de una aventura fulminante, de una filigrana definitiva, aunque al final siempre apareciera alguien (Pavlovic, Zivkovic, el portero, él mismo) para arruinarle la fiesta que había comenzado a montar. Incluso Neymar, que es la piedra sobre la que Tite está edificando su iglesia, estuvo a punto de conseguir un gol olímpico a las primeras de cambio, cuando todavía no se había completado el cuarto de hora de partido, pero Vania Milinkovic-Savic se dio cuenta a tiempo y metió el puño para evitar el gol.
Pero fue en la segunda parte cuando Brasil movió un par de milímetros la mira telescópica y acertó. Primero Richarlison le robó la pelota a Gudelj y casi le da un susto al portero y luego avisó Alex Sandro con un misil expeditivo que se estrelló en el palo. Fue la sociedad limitada formada por Neymar y Vinicius la que acabó facturando el primer gol, que Richarlison embocó con decisión. Entendió el delantero del Tottenham que había llegado su momento y, diez minutos más tarde, recogió un balón de Vinicius, lo controló con magisterio y ante la mirada sorprendida de la defensa serbia y de los espectadores, asestó a la media vuelta una volea de dibujos animados. Un gol brasileño en toda la antigua y augusta extensión de la palabra brasileño.
Serbia se desvaneció entonces, como asumiendo que el acero nada puede contra el viento, y aunque Tite comenzó un carrusel de cambios, Brasil siguió lanzándose con alegría hacia la meta rival. Incluso Casemiro decidió aparcar por un momento el tractor para colocar con precisión matemática un disparo que se estrelló sonoramente en el larguero. No hubo más goles, pero esta canarinha promete diversión. Brasil vuelve a ser Brasil.