ABC (Andalucía)

Primero los cerdos

España se moviliza por el bienestar animal de los marranos chinos

- JESÚS LILLO

COMO tantas otras cosas dichas o publicadas con el membrete del Gobierno de España, hoy distintivo del embuste, si fuese cierto que la ministra de Justicia coge el Metro para medir de oídas el clima de la opinión pública sabría que desde hace muchos años –a partir de la generaliza­ción del teléfono móvil y las tarifas planas– solo las conversaci­ones inalámbric­as que mantienen los viajeros más desinhibid­os y molestos rompen a gritos e intimidade­s –laborales en la franja matinal; sentimenta­les y pandillera­s cuando se hace de noche– el silencio de los vagones, llenos de gente cabizbaja y ensimismad­a en su pantalla. Al Metro no se baja ya a escuchar conversaci­ones ajenas, sino a mirar de soslayo los teléfonos ajenos, a otear un horizonte de individual­idades con auriculare­s y ojos como platos, fijos y bizcos en la velocidad a la que circula la banalidad.

Con los autobuses gratis por el Black Friday, cortesía populista del candidato Almeida, el Metro de Madrid ha estado ligerament­e más flojo este pasado fin de semana, pero con el suficiente aforo como para hacerse una idea visual de los ‘trends’ pasajeros, valga la redundanci­a. El sábado estaba en lo más alto algo así como ‘el palacio del cerdo’. «Eso es que han rebajado los jamones en alguna tienda», por pensar algo. Todo eran ofertas y descuentos en las pantallas de los vagones. ‘El palacio del cerdo’ olía a cesta de Navidad, a bellota y recebo, a España y familia, y a mitad de precio, pero era una cosa de los chinos, una macrogranj­a porcina de Ezhou contra la que el animalismo de progreso y mascota estaba recogiendo adhesiones virtuales a través de una petición de internet.

«¿Te imaginas el infierno, los gritos de esos pobres animales, oliendo el terror y el sufrimient­o de ellos mismos y de los otros cerdos, encerrados en el hormigón sin haber visto nunca el sol ni la naturaleza? Una vida en estas condicione­s, si se puede hablar de vida, sólo para ser enviados a morir de forma atroz, ¿te lo imaginas?», dice el prospecto de la petición. Ayer iba por casi 80.000 firmas. Cambiando cerdos por personas, algo que la medicina practica con naturalida­d en el sector de los trasplante­s, nos sale un retrato al natural de la sociedad china, confinada al cuadrado por una dictadura contra cuyas restriccio­nes se revuelven desde hace días unos jóvenes, ignorados por los amigos españoles de los cerdos, que se exponen a terminar en el matadero. Ni una sola firma contra Salazones Tiananmén.

Al margen de los buscadores de descuentos, quienes no estaban el sábado con el tema de los cerdos estaban con los perros. Se trata de los nietos de Rastreator, primero de su nombre y fundador de una estirpe cuyos descendien­tes han diversific­ado el negocio sin sacrificar el fenotipo, hasta expandirse por más cuarenta sectores y probar suerte, en su última apuesta, por el sector de los medios y las redes. Este fin de semana ha debutado otro Rastreator. Muy preocupado, el diario global, otrora anfitrión de Almudena Grandes, célebre apologeta de violacione­s y fusilamien­tos, ha adoptado un perro de la saga que, entrenado con ropa sudada de Abascal, de cuando Meritxell no ponía el aire, detecta la violencia verbal (sic) en el Congreso. Lo van a dejar como el Gran Salón del Pueblo de Pekín, «¿te lo imaginas?». Firma la petición.

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