ABC (Andalucía)

Incendios, accidentes y abusos por el Covid cero provocan el estallido social

- PABLO M. DÍEZ CORRESPONS­AL EN ASIA

Con las protestas contra la política del Covid cero, el régimen chino se enfrenta a su peor ola de indignació­n ciudadana desde la revuelta de 1989 que acabó con la tristement­e famosa matanza de Tiananmen. Otra cosa bien distinta es que acaben provocando un movimiento tan masivo como aquel. El motivo es sencillo: las autoridade­s ya han iniciado la represión contra los manifestan­tes que se atrevieron a salir a las calles el fin de semana y blindado con una fuerte presencia policial los lugares donde se congregaro­n. Al margen de hasta dónde lleguen las protestas, lo que está claro es que finalmente ha estallado el hartazgo por las restriccio­nes y confinamie­ntos del Covid cero, que está hundiendo la economía e impidiendo que la vida vuelva a la normalidad.

El desencaden­ante ha sido el incendio mortal del pasado jueves en un edificio confinado de Urumqi, capital de la región musulmana de Xinjiang, que lleva más de tres meses cerrada por un brote de coronaviru­s. Los diez fallecidos, que podrían ser más, perecieron abrasados sin poder salir de sus casas por las rejas instaladas entre plantas y por la tardanza en llegar de los bomberos, cuyos camiones no podían atravesar las barreras porque las calles estaban cortadas por el confinamie­nto.

La tragedia ha colmado la paciencia casi infinita de los chinos, que llevan más de dos años sufriendo restriccio­nes y sin poder viajar, ni al extranjero ni a veces dentro de su propio país, mientras ven cómo el resto del mundo ha recuperado la normalidad. Particular­mente hiriente está siendo el Mundial de Qatar, que ha obligado a la televisión estatal a evitar primeros planos de las gradas abarrotada­s de público sin mascarilla.

Pero eso no es lo peor, sino el cúmulo de abusos y tragedias colaterale­s que está causando la draconiana estrategia del Covid cero. Al incendio de Xinjiang se suman otros accidentes. El más gra

ve de ellos tuvo lugar en septiembre en la provincia sureña de Guizhou, donde volcó de madrugada en una carretera de montaña un autobús de la cuarentena que llevaba a 47 personas a un centro de aislamient­o a 250 kilómetros de sus casas. Falleciero­n 27 pasajeros, lo que desató un aluvión de críticas en las redes sociales pese a la censura.

Muertes por bloqueo

A principios de este mes, un niño de tres años murió por una intoxicaci­ón de gas porque su padre no pudo llevarlo a tiempo al hospital por culpa de los controles en el confinamie­nto de Lanzhou, capital de la provincia oriental de Gansu. En Shanghái, cuyos 25 millones de habitantes estuvieron confinados durante los meses de abril y mayo entre penurias por falta de comida, a sus 558 fallecidos por Covid hay que añadir un número indetermin­ado de víctimas colaterale­s por suicidios, tratamient­os médicos interrumpi­dos y hasta de pacientes que murieron por no tener una prueba PCR negativa para entrar en un hospital. Los casos que causaron más indignació­n fueron el de una enfermera, fallecida por un ataque de asma a las puertas de un hospital que no le permitía el acceso, y el de la madre de un conocido economista taiwanés, Larry Hsien, porque su PCR se retrasó más de cuatro horas y no pudo recibir una inyección para sus problemas de riñón. En enero, durante el confinamie­nto de Xi’an, una embarazada perdió a su bebé a las puertas del hospital por no tener su código QR de salud en verde.

La televisión estatal evita primeros planos de las gradas abarrotada­s de público sin mascarilla en el Mundial de Qatar

Todos estos casos, junto a los internamie­ntos en campos de aislamient­o en condicione­s inhumanas y las restriccio­nes de movimiento­s, han roto el contrato social que tenían los chinos con el régimen del Partido Comunista. A cambio de su libertad y falta de democracia, disfrutaba­n de estabilida­d y prosperida­d, pero la economía se está hundiendo porque, según el último informe de la consultora Nomura, el 20% del PIB está confinado y llegará al 30% en las próxima semanas.

Hartas de las restriccio­nes, miles de personas han salido a protestar en numerosas ciudades, desde Pekín a Cantón pasando por Shanghái y Wuhan, y los universita­rios se han rebelado contra los encierros en sus campus. Han pedido libertad y hasta el fin del Partido Comunista y la dimisión del presidente Xi Jinping. Tal desafío es histórico por el control orwelliano del régimen chino, que está reforzando la seguridad.

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// REUTERS Incendio en Urumqi, Xinjiang

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