Macron ‘coquetea’ con elecciones anticipadas para relanzar un plan de reformas bloqueado
El presidente francés inicia una visita de estado a Washington. Mañana, cita con Biden
Emmanuel Macron puede dialogar libremente con Vladímir Putin y Joe Biden –con el que se reúne mañana en Washington–, pero tiene Francia sin reformar, víctima de la resistencia social y la falta de una mayoría parlamentaria imprescindible, que le fuerzan a equilibrios que amenazan las cuentas de la nación y atizan las más sorprendentes especulaciones sobre una hipotética dimisión personal, acompañada de la disolución de la Asamblea Nacional para convocar elecciones anticipadas.
En 2017 Macron fue elegido presidente con esta promesa personal: reformar Francia para refundar Europa. La gran ambición de la época fue el proyecto de reforma del sistema nacional de pensiones. La contestación social de los chalecos amarillos la paralizó durante más de doce meses. La crisis del Covid-19 terminó por enterrarla. Francia se quedó sin grandes reformas y Europa sin refundar.
El mes de mayo pasado, Macron fue reelegido prometiendo grandes cambios, comenzando por la aplazada reforma del sistema nacional de pensiones y la de toda la legislación en materia de inmigración.
Macron fue reelegido presidente, pero no consiguió mayoría parlamentaria. Para gobernar, el Ejecutivo presidencial debe pactar con la derecha o la extrema derecha, o recurrir al artículo 49-3 de la Constitución, que permite adoptar una decisión presupuestaria sin debate parlamentario, por decreto, el llamado ‘decretazo’.
El Gobierno macroniano ha recurrido al 49-3 en seis ocasiones en tres meses. Prueba de eficacia, pero el presidente solo puede recurrir a ese artículo en casos excepcionales si desea aprobar proyectos de ley. Siguen empantanados los grandes proyectos de reforma del sistema nacional de pensiones (cerca de seis años de retraso) y el de nueva ley de la inmigración (prometida hace diez meses). Oficialmente, esos planes deben discutirse a primeros del año próximo.
Movilizaciones
Entre 2017 y 2020, la reforma del sistema nacional de pensiones fue bloqueada por el movimiento social de los chalecos amarillos. El Gobierno macroniano espera poder negociar la reforma con la derecha tradicional de Los Republicanos (LR, el partido de Nicolas Sarkozy) o con la extrema derecha de Agrupación Nacional. Ante esas negociaciones, las izquierdas parlamentarias (minoritarias) y los sindicatos amenazan con atizar la fronda social.
Ese inmovilismo relativo y perdurable se paga con deuda pública, que hoy asciende al 114,5 por ciento del PIB, en torno a los 44.200 euros por francés. Antiguo banquero de negocios, Macron gobierna con cheques por pagar por las generaciones más jóvenes.
Ante el riesgo de un inmovilismo creciente, las fuentes más diversas, políticas y periodísticas, atribuyen a
Macron un coqueteo de fondo: aprobar con un decreto la reforma del sistema nacional de pensiones, presentar su dimisión personal, disolver la Asamblea Nacional por sorpresa y convocar elecciones anticipadas para intentar realizar unas transformaciones prometidas que tardan en llegar.
Especulaciones de imposible confirmación, que bien reflejan un malestar de fondo. Macron puede dialogar regularmente con Putin o el presidente de Ucrania, puede viajar a EE.UU. para defender intereses nacionales y europeos, pero un 60 por ciento de los franceses dicen tener «mala o muy mala opinión» de su presidente, que solo tiene un 37/38 por ciento de opiniones positivas en los sondeos recientes. El presidente ha multiplicado en vano los gestos de ayuda a las familias y las empresas más modestas. La Francia multicultural se inclina por las izquierdas. La Francia profunda prefiere a la extrema derecha. La Francia conservadora tradicional teme estar viviendo una suerte de ocaso. Las elites profesionales que apoyan a Macron son minoritarias.