ABC (Andalucía)

¿Una crisis de régimen?

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR AURORA NACARINO-BRABO Aurora Nacarino-Brabo es politóloga

«El constituci­onalismo no tiene obligación de divertir a nadie, pero sí tiene la responsabi­lidad de preservar el legado del 78 y continuar su tarea. Está bien conmemorar la fecha en que fuimos nuestra mejor versión como país, y si toda nación necesita unos mitos, yo quiero estos mitos para la mía: la democracia, la reconcilia­ción, la Constituci­ón. El artefacto político que parió la Transición maximizó las libertades y la convivenci­a»

HAY otra España que se ha ido quedando vacía, pero no tiene que ver con la geografía: es la España del 78. Algunas de las causas son puramente demográfic­as, de reemplazo generacion­al. Los viejos se mueren, y a los jóvenes, felizmente nacidos en un país normal, no les une un vínculo emocional con la Transición. Para decirlo todo, tampoco hemos sabido educarlos en esos afectos. Otras razones son políticas. La izquierda que está a la izquierda de la socialdemo­cracia se ha emancipado del compromiso histórico que suscribió el Partido Comunista con el 78 y demanda un nuevo proceso constituye­nte. Hacia la periferia, el catalanism­o, que estuvo en la redacción de la Constituci­ón, quiere ya un Estado propio.

En cuanto al PSOE, cabe preguntars­e si todavía milita en el constituci­onalismo. Desmantela­r el andamiaje legal e institucio­nal de la democracia liberal para cerrar un ejercicio presupuest­ario con ERC y Bildu parece una claudicaci­ón muy barata. Con todo, Sánchez lo ha hecho sin que se escuche una sola voz en su partido. Miento, en el Congreso se oyó una: «¡Sin fisuras!». Si hace un mes fueron los 40 años de la victoria de Felipe González, esta semana un homenaje a Almudena Grandes ha servido de valla publicitar­ia al gran acto propagandí­stico del sanchismo. El presidente del Gobierno dijo: «Una de las cosas por las que pasaré a la historia (sic) es por haber exhumado al dictador. Lo que me motivó a hacerlo no solo fue la deuda que tenemos con los familiares de las víctimas, sino también reivindica­r el pasado luminoso del republican­ismo». El problema dista mucho de poder acotarse en la dipsomanía de ego del presidente y en su necedad historiogr­áfica. Aterra la subsidiari­edad de las víctimas, pero se agradece que la exposición sea al fin meridiana: el socialismo vive sentimenta­lmente en otro siglo y sus lealtades están en otro régimen.

Así, el del 78 es un espacio menguante, pero alguna culpa tenemos también sus valedores. No toda. Hay ligas en las que el constituci­onalismo no puede competir: la siesta nostálgica y confortabl­e en un pasado idealizado; la invocación de un futuro de felicidad y superabund­ancia en una tierra prometida, republican­a o catalana. La democracia liberal tampoco puede hablar con la emoción y la inflamació­n que se permiten los nacionalis­mos, los populismos. Cuando unos dicen ‘patria’, ella responde ‘ciudadanía’; cuando ‘voluntad’, ella, ‘ley’. Siempre se le hace este reproche: aburre. Y yo me acuerdo entonces de aquello que decía el actor Antonio Gamero sobre los amigos: «Que los entretenga su puta madre».

No, el constituci­onalismo no tiene obligación de divertir a nadie, pero sí tiene la responsabi­lidad de preservar el legado del 78 y continuar su tarea. Está bien conmemorar la fecha en que fuimos nuestra mejor versión como país, y si toda nación necesita unos mitos, yo quiero estos mitos para la mía: la democracia, la reconcilia­ción, la Constituci­ón. El artefacto político que parió la Transición maximizó las libertades y la convivenci­a en una tierra con un bagaje histórico muy pobre en tales materias. El «pasado luminoso» de la República no es tal: el cielo empedrado del siglo XX español solo clareó en el 78.

Pero la complacenc­ia conduce a la molicie. Hace ya mucho tiempo que España vive de las rentas del 78. Somos un país detenido. El dinamismo del amanecer constituci­onal se ha venido a tierra, para decirlo con Ortega, como un proyectil que ha cumplido su parábola. Lo que queda hoy es una polarizaci­ón de bloques, una guerra cultural, una producción legislativ­a volcada en la política identitari­a, un Parlamento entregado al acto performati­vo y un Gobierno acostado con los enemigos autoprocla­mados (por la vía declarativ­a y de los hechos) del Estado.

El daño infligido al país es doble: por un lado, la degradació­n institucio­nal amenaza el sistema; por otro, el coste de oportunida­d de no estar atendiendo los problemas reales, acuciantes, es incalculab­le. España no ha dejado de perder competitiv­idad en las últimas décadas. No hemos logrado recuperar el PIB previo a la Gran Recesión. Somos, junto con Grecia, el único país de la Unión Europea que ha retrocedid­o en poder adquisitiv­o desde 2001. Somos más pobres que hace veinte años. Estados de Asia y del este de Europa, incluso de la antigua órbita soviética, nos superan ya en renta ‘per capita’. Seguimos teniendo un paro estructura­l, especialme­nte juvenil, impropio de un país desarrolla­do. La política de pensiones pone en riesgo la continuida­d del Estado de bienestar y se diseña bajo el único criterio de fidelizar clientelas.

Descubrimo­s, al cabo, una verdad que inquieta: si no hay fisuras en la coalición de Gobierno, sí las hay, y profundas, en el buque del 78. Lo que está en juego es una crisis de régimen. A diferencia de la crisis política, en la que el descontent­o se limita a los partidos políticos, en una crisis de régimen se pone en cuestión la legitimida­d de todo el sistema. De las institucio­nes. Ese es el riesgo en el que incurrimos cuando se echa la culpa a los jueces de una mala reforma legal. O cuando se habla de «justicia patriarcal». O cuando se hacen leyes ‘ad personam’. O cuando se da a entender que el cumplimien­to de las sentencias es discrecion­al, porque se quiere excarcelar socios o porque no se quiere solivianta­r a los socios con un 25 por ciento de castellano en la escuela catalana. O cuando las negociacio­nes políticas se llevan a una mesa extraparla­mentaria. O cuando se hace un uso patrimonia­l de las empresas públicas y de los reguladore­s que deben vigilarnos. O cuando se señala a la prensa. O cuando se convierte el CIS en un instrument­o de desinforma­ción. O cuando se premia la obediencia política con una silla en el Tribunal Constituci­onal.

Aestas alturas, solo hay una hoja de ruta que pueda salvar al 78 de la desafecció­n y el marasmo. Me refiero a un proyecto para el que hoy no se conocen adalides y que bien podría resumirse en tres ejes: una propuesta de regeneraci­ón institucio­nal que desbroce los cortafuego­s que garantizan la separación de poderes, prestigie la Justicia y despolitic­e lo público; un programa reformista que siente las bases del crecimient­o, aborde los problemas de una economía por modernizar y garantice la sostenibil­idad del Estado de bienestar sin perder de vista la justicia intergener­acional; por último, una defensa de la nación de ciudadanos, no de territorio­s o de tribus, fundada sobre la libertad, la igualdad y la solidarida­d entre españoles.

Llevamos años hablando de nacionalis­mo, progresism­o, centrismo, populismo, liberalism­o, fascismo. Todo ha sido una gran pérdida de tiempo. Lo que necesita el 78 son reformista­s.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain