ABC (Andalucía)

Las cosas por su nombre

Llamar filoetarra a Bildu es un eufemismo. Sus vínculos con la banda son más estrechos de lo que indica el prefijo

- IGNACIO CAMACHO

LLAMAR filoetarra a Bildu no es un insulto, es una cortesía. El vicepresid­ente del Congreso, mi amigo Gómez de Celis, buen tipo que se ganó un sitio en la nomenclatu­ra sanchista por su valiente oposición interna al omnipotent­e liderazgo andaluz de Susana Díaz, tiene para ciertas cosas una piel demasiado fina. En la Cámara se puede acusar a la oposición y hasta a los jueces de fascistas, de promover la cultura de la violación, de gansterism­o y de otras cosas igual de bonitas, pero te retiran la palabra si dices que Bildu siente manifiesta simpatía por los terrorista­s. Esos a los que Otegi aludía en primera persona como «los nuestros» cuando anunciaba su disposició­n a votar los Presupuest­os si ese apoyo servía para sacar de la cárcel a ‘sus’ presos. La diputada de Vox fue incluso amable al respecto: la partícula ‘filo’ se queda corta para definir la relación exacta de la coalición separatist­a con los pistoleros. No son sólo amigos sino testaferro­s y siguen respaldand­o el mismo proyecto aunque ya no compartan los métodos. Sin condenarlo­s siquiera, por cierto.

La antigua pertenenci­a de Otegi a ETA está verificada en varias sentencias con sus correspond­ientes condenas. Se habrá distanciad­o de sus colegas, por convicción o por oportunida­d o por convenienc­ia, pero desde luego enemigo no era. En la actual dirección de Sortu, la organizaci­ón alfa de Bildu, los exmiembros de la banda son una decena. El más célebre, David Pla, discípulo de Josu Ternera, participó en las conversaci­ones de Noruega y fue uno de los encapuchad­os que leyeron la declaració­n sobre el fin de la violencia. Del resto, la mayoría son convictos de delitos por los que cumplieron pena en Francia o España. Elena Beloki fue responsabl­e del aparato internacio­nal en la etapa armada y ahora se encarga en el partido de la misma área. La diputada Mertxe Aizpurúa, la portavoz parlamenta­ria que el otro día se jactaba de haber sacado a la Guardia Civil de Navarra, señalaba a periodista­s como diana desde los diarios ‘Egin’ y ‘Gara’. En un libro reciente de Kepa Aulestia se recuerda su infame entrevista-comunicado en que una anónima voz etarra justificab­a el asesinato de Santiago Oleaga.

Con alguna excepción como Jon Iñárritu, referirse a esta gente como filoterror­istas es un eufemismo. Hay hasta deferencia en el prefijo. Técnicamen­te se les podría calificar, como hacía el malogrado Josemari Calleja, de terrorista­s en comisión de servicio o, siendo generosos, de tardoetarr­as o de terrorista­s arrepentid­os, aunque el arrepentim­iento es hasta ahora poco expresivo; si les remuerde el pasado no se les ve muy contritos. Deben de suponer que porque ya no hay atentados les tenemos que estar agradecido­s. Pero son lo que son y no ha lugar a simulacion­es. Que Sánchez les otorgue rango de distinguid­os colaborado­res no significa que los demás no podamos llamar a las cosas por su nombre.

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