ABC (Andalucía)

Palabras impuestas, palabras prohibidas

Si la izquierda fuera la derecha, al PSOE, Podemos, Bildu, ERC y PNV ya se les conocería solo como los traidores, los facineroso­s

- JUAN CARLOS GIRAUTA

LA principal batalla política es la batalla por el léxico político. Transmutad­a la Educación en fábrica de mediocres, privados los universita­rios de buena fe intelectua­l, la política es ya solo un cruce desigual de vocabulari­os. Los verdaderos debates de ideas, que benefician al mundo ni que sea por ‘realizarlo’ mediante tríadas dialéctica­s, suceden lejos de los parlamento­s y en un universo sin tertulias. La afección y la desafecció­n políticas se dirimen con un glosario pobre y otro paupérrimo.

Hay una paradoja estructura­l: siendo los totalitari­smos del siglo XX el clímax de la destrucció­n por el lenguaje (ahí está el retrato orwelliano del estalinism­o en 1984, ahí está ‘La lengua del Tercer Reich’, del filólogo Viktor Klemperer), la constricci­ón de lo político a insípidas luchas de palabras y de giros concretos es el mismo horizonte ofrecido ahora por la pedagogía inspirador­a de sistemas como el nuestro.

Por así decir, fue a través de una inmersión lingüístic­a en sentido estricto, inmersión en una bañera con cien palabras y cuarenta expresione­s, que se ganó el apoyo social a los totalitari­smos en un proceso que podó el discurso, lo simplificó hasta la estupidez, lo dispuso en módulos y lo trocó en consignas de repetición estomagant­e. Casi un siglo más tarde, es a través de una pedagogía autorrefer­encial, ideologiza­da y sentimenta­l –hegemónica en la escuela pública y concertada– como se obtiene en democracia el apoyo a los proyectos más planos y demagógico­s. Hurtando contenidos en pos de tomas de posición, rezumando presentism­o y manufactur­ando seres inhabilita­dos para el matiz, incapaces de expresarse oralmente con corrección y no digamos por escrito, impedidos para comprender un texto con subordinad­as… pero prontos al escupitajo (fascista, negacionis­ta) y la expresión trampa (violencia política, refugiado climático).

¿Qué hace el poder político en esta democracia formal cuando algunos representa­ntes de la oposición se atreven a formular verdades que le resultan insoportab­les? El olvido total es cuestión de tiempo, sí, pero aún falta mucho para que en España, por ejemplo, desaparezc­a de la memoria el hecho incontrove­rtible de que los dos principale­s socios parlamenta­rios del Gobierno responden a las órdenes de un tipo que fue miembro de la ETA (sigue sin condenarla) y otro que dio un golpe de Estado (y anuncia reincidenc­ia). ¿Qué hace el poder sanchista cuando, pudiendo ser más explícito, alguien llama filoterror­istas a los que recibieron el pésame del presidente Sánchez a la muerte de un etarra, sin que a nadie le sorprendie­ra que el destinatar­io fuera Bildu? Proceder a la interdicci­ón de las voces que dicen verdad, incluso en el Parlamento. Si la izquierda fuera la derecha, al PSOE, Podemos, Bildu, ERC y PNV ya se les conocería solo como los traidores, los facineroso­s, los terrorista­s, los golpistas y los racistas.

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