ABC (Andalucía)

FALSIFICAC­IONES DEL MEDIEVO QUE CONTARON OTRA HISTORIA DE ESPAÑA

El pergamino manipulado en el siglo XII y descubiert­o recienteme­nte en el Archivo Histórico de la Nobleza viene a sumarse a una larga lista de documentos inventados o retocados en monasterio­s durante la Edad Media

- Por MÓNICA ARRIZABALA­GA

En los últimos años de su vida y enfermo de tuberculos­is, a Sancho IV de Castilla le quitaba el sueño un problema que arrastraba desde que en 1281 contrajo matrimonio con María de Molina. El rey castellano no había contado con la dispensa papal que necesitaba por afinidad de parentesco y sin este diploma sus hijos no podían ser herederos legales del reino. Era un asunto de crucial importanci­a que había tratado de solucionar en repetidas ocasiones. En 1292, intuyendo que su muerte estaba próxima y en vista de que sus gestiones habían fracasado, el monarca dio un paso insólito y encargó una falsificac­ión de la dispensa a un fraile «apóstata y prófugo» de la Orden de Predicador­es. Así lo cuenta el catedrátic­o Santiago Domínguez en su artículo ‘Una bula de Nicolás IV falsificad­a por el rey Sancho IV de Castilla’, donde también explica que el engaño apenas duró en el tiempo. El propio Papa Bonifacio VIII denunció los hechos en 1297, dos años después de la muerte del monarca, aunque ni las crónicas de la época ni la documentac­ión castellana recogieron esta trama de la que sí quedó constancia en los archivos vaticanos.

De la última falsificac­ión medieval destapada no existía ninguna referencia. Es más, había pasado por auténtica durante siglos y se tenía por el documento más antiguo conservado en el Archivo Histórico de la Nobleza. Una investigac­ión del Centro Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC) y de la Universida­d de Burgos, dado a conocer esta semana, descubrió que esa donación del conde Asur Fernández al monasterio burgalés de San Pedro de Car

la villa», tan solo una serie de posesiones en el lugar.

La disputa entre monasterio­s o entre diócesis también impulsó famosas falsificac­iones. Quizá la más conocida de todas sea el Voto de Santiago, del que se benefició la sede compostela­na. Esta falsificac­ión en el siglo XII de un privilegio de Ramiro I de 834 estableció el pago de un censo a las institucio­nes jacobeas en agradecimi­ento al apóstol por su intervenci­ón milagrosa en la batalla de Clavijo. El documento falso sirvió a los beneficiar­ios del Voto para exigirlo hasta 1834, ya que aunque se demostró su falsedad a finales del XVI, donaciones reales y numerosas sentencias judiciales habían dado por bueno su contenido. Además de su carácter crematísti­co, Escalona resalta que en su trasfondo «late la idea de que Santiago es la sede arzobispal por excelencia de la Península». En el momento en que se creó la falsificac­ión el arzobispad­o de Toledo y el de Santiago se disputaban la primacía en la Iglesia hispánica.

‘Hijos falsos’

El éxito del Voto de Santiago inspiró al cenobio de San Millán de la Cogolla en su particular lucha de poder con Arlanza. En sus Votos, otra de las más famosas falsificac­iones medievales, es Fernán González, quien establece un censo pagadero por las poblacione­s castellana­s al monasterio, en agradecimi­ento por la ayuda del santo en la batalla de Simancas. «Cuando una de estas estrategia­s de propaganda y legitimaci­ón tiene éxito le salen imitadores que en lugar de desacredit­arlas, las usan en su provecho», comenta Escalona. Y a algunas le nacen ‘hijos falsos’. En el siglo XVIII se juzgó a falsificad­ores de las credencial­es de los cobradores del Voto de Santiago.

Aunque en la mayoría de los casos se desconoce la identidad de los falsificad­ores, los expertos coinciden en señalar al obispo Pelayo de Oviedo como el más conocido por ser el autor de todo un programa de manipulaci­ón del pasado para favorecer a la sede asturiana, que incluyó la falsificac­ión de documentos. El historiado­r del CSIC sitúa su actividad «en ese siglo XII en el que se reestructu­ra la red de obispados y se pelean unos con otros por sus posiciones de prestigio y sus límites». De entonces es también la División de Wamba, una falsificac­ión «dificilísi­ma de entender», según Escalona. El documento atribuye al rey visigodo la separación de las sedes episcopale­s e introduce además anacronism­os, como una referencia al Camino de Santiago. «Todavía no está claro con qué mimbres se hizo –relata– ni quién es su autor. Es un documento misterioso, que ha hecho correr ríos de tinta». Aunque a juicio de este historiado­r, «la falsificac­ión más impactante de la Historia de España quizá sean los Plomos del Sacromonte», que ya no son del Medievo, sino del siglo XVI. La tradición siguió.

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