UN FINAL PARA CIUDADANOS
La formación que liderara Albert Rivera debe ser realista y asumir que sólo integrándose en proyectos políticos más amplios podrá seguir influyendo en la política española
No cabe duda de que Ciudadanos ha prestado, durante años, un servicio de enorme mérito en la política española. También es cierto, sin embargo, que todos los indicadores parecen anunciar, de forma incuestionable, su definitiva pérdida de relevancia electoral. La última estimación del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat evidencia el final de un ciclo y si las previsiones se cumplen es muy probable que los naranjas no saquen ningún escaño en las elecciones catalanas en el caso de que concurran con sus propias siglas.
Los partidos nunca deben ser un fin en sí mismos, sino que deben distinguirse por su capacidad para influir y transformar la vida política de un país. En sus comienzos, Ciudadanos reactivó la conciencia constitucionalista en Cataluña y fue capaz de modernizar una agenda liberal que llegó a extenderse por toda España en un contexto de crisis de representatividad de los partidos más clásicos. El 15-M y el apetito regeneracionista hicieron posible que Ciudadanos se convirtiera en un partido capaz de renovar gran parte de nuestro lenguaje político. Sus conquistas fueron notables y en un contexto políticamente tan degradado como la política catalana Ciudadanos llegó a ser primera fuerza política. Aquellos éxitos, irrefutables y suficientes para que la democracia española establezca una deuda duradera con aquella iniciativa, exigen también que quienes hoy tienen capacidad de decisión en el seno del partido se desenvuelvan con el mismo pragmatismo con el que construyeron los éxitos pasados.
Las elecciones catalanas de mayo, y en menor medida las europeas de junio, son dos hitos en los que las posibilidades de supervivencia política de Ciudadanos se antojan demasiado inciertas. Nuestro país se encuentra en una circunstancia extraordinariamente delicada y el asedio a nuestras garantías liberales y a nuestra estabilidad institucional exige una enorme dosis de generosidad y realismo para hacer frente a una coyuntura que no encuentra precedentes. La mejor herencia de Ciudadanos ha trascendido ya a las propias siglas y el pulso y el talante regenerador que motivó su fundación pueden acogerse en un partido con vocación de mayorías como el Partido Popular. La responsabilidad histórica que asumen hoy los de Feijóo les exige acoger sensibilidades plurales entre las que se reconocen indudablemente los votantes de Ciudadanos, tanto en Cataluña como en el resto de España. Volviendo a los datos del Centro de Estudios de Opinión catalán, el crecimiento del PP, que pasaría de 3 a 9 escaños, marca una tendencia al alza que el constitucionalismo unionista debería aprovechar si aspira a que el independentismo pierda capacidad de influencia.
Cataluña va camino de convertirse en una excepción democrática en el corazón de Europa. La no ejecución de las sentencias del Tribunal Superior de Justicia en lo que atañe a la inmersión lingüística, la resignificación de los delitos del ‘procés’ o la hostilidad atmosférica contra todo el que se atreva a disentir del separatismo iliberal requiere construir una mayoría democrática eficaz que sea capaz de defender a los ciudadanos no independentistas que, merece la pena recordarlo, son la mayoría. La única posibilidad de representación que tienen las políticas de Ciudadanos es que hoy se integren en un proyecto más amplio. Con generosidad por todas las partes, pero desde una practicidad que tenga hambre de futuro y que huya de cualquier tentación melancólica.