Sabandijas
Entre los periodistas hay mucha sabandija. Como en todos sitios. Pero señalar a los periodistas por hacer lo que deben es un delirio que sólo puede cuajar en una sociedad tan manipulada como idiotizada. E incluyo como parte de esa sociedad manipulada e idiotizada a los periodistas. Hay quien se escandaliza de que se haya nombrado con su gracia a algunos (lo de las capuchas es otro asunto). A ver, que esos periodistas iban a salir en su diario firmando un artículo cuando hubieran concluido su investigación sobre el novio de Ayuso y sus propiedades inmobiliarias. Que no son cooperantes locales de la CIA en una dictadura árabe.
Pero claro que lo que hacen Óscar Puente y Miguel Ángel Rodríguez ahora (y otros mantoncillos en cualquier momento) es propio de gentuza. También es verdad que son políticos de los que una se espera esas cosas, no que escriban ‘La democracia en América’. Ni en ningún otro sitio.
Cuando Doña Letizia estudió en la Complutense, un catedrático le dijo: «Ortiz, yo no sé lo que va a ser de su vida, pero a pesada [se refería a las preguntas, a la curiosidad], no tiene rival». Es que de eso va ser periodista. Y también hay que ser maleducado. Quizá no a la manera de Puente y Rodríguez. Pero sí hay que dar mucho por saco. Janet Malcolm en ‘El periodista y el asesino’: «Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno». A veces, pásmate, hasta va a pillarlas. Y tiene que ser muy pesado. Un pelmazo. Quizá no lo quieres preguntándote por tu vida o por la de los vecinos. O sí, que hay gente para todo. Luego que qué maravilla es ‘A sangre fría’. Pero qué cabroncete Truman Capote. Es el momento de citar a Faemino y Cansado, digo a Kierkegaard. Ya saben, las personas piden libertad de expresión como compensación a la libertad de pensamiento que nunca usan.