ABC (Andalucía)

Un montaje monumental e irregular

‘LA LUCHA POR LA VIDA’ ★★★☆☆

- DIEGO DONCEL

Autor: Pío Baroja. Adaptación: José Ramón Fernández. Dirección: Ramón Barea. Espacio escénico: José Ibarrola. Iluminació­n: David Alcorta. Vestuario: Belitxe Saitua. Espacio sonoro: Adrián García de los Ojos. Audiovisua­les: Ibon Aguirre. Intérprete­s: Ramón Barea, Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta, Alfonso Torregrosa, Leire Ormazabal, Diego Pérez y Arnatz Puertas. Teatro Español, Madrid

Hay que aplaudir como se merece el enorme esfuerzo que ha llevado a cabo el Teatro Arriaga al llevar a escena esta adaptación de la trilogía novelístic­a escrita por Pío Baroja. ‘La lucha por la vida’ supuso todo un desafío narrativo que, ahora, José Ramón Fernández y Ramón Barea recogen para hacer de esta «comedia humana» ese fresco de un Madrid que, en Baroja, tiene ese lado oscuro que tanto gustó a Gutiérrez Solana.

Como en todo relato picaresco, y este lo es desde su primera línea, el retrato de todas estas vidas forma un escenario en el que combaten con fuerza el deseo de superviven­cia a cualquier precio y los límites difusos entre el bien y el mal. Todo vale en este Madrid que vierte su basura humana en el Manzanares, y donde muchas de las acciones parecen reflejar una dimensión animal, basada en los instintos, en la violencia, en los comportami­entos atroces de índole ciertament­e darwiniana. Pero, junto a ello, su carácter de relato no tanto de formación como de defensa del individual­ismo, hace que recorramos la vida de Manuel, sus edades biográfica­s y sus singladura­s morales, como el intento de buscar una salvación personal, un sitio en la sociedad, e incluso llegar a tener una más o menos vaga y crítica conciencia política.

Por las tablas del Teatro Español veremos, pues, desfilar esta legión de vidas sombrías siempre desde la idea de que la acción, la lucha, la disputa continua son fundamenta­les, de ahí que se opte por un montaje que tiene mucho de cinematogr­áfico y donde la sucesión de escenas y de ambientes es siempre ágil y, como diría Dickens, eficaz. Un recurso muy interesant­e es haber introducid­o a Baroja como un personaje más, como ese narrador distanciad­o, irónico y a veces cínico que acota y narra todo este juego de máscaras y toda esta mascarada social que se desarrolla en un espacio escénico, donde unas móviles paredes de ladrillo encaladas van enmarcando los distintos ambientes.

Y, sin embargo, tendríamos que decir que nos encontramo­s ante una versión donde lo costumbris­ta ahoga gran parte de ese lado ciego, de no futuro, violento y deshumaniz­ado que observamos en ‘La busca’ y ‘Mala hierba’. A veces le falta esa fuerza dramática para reflejar el pozo sin fondo de muchas de estas almas y algunos personajes parecen demasiado cercanos a estereotip­os que Baroja detestaba, como ocurre al convertirl­os en chulos de sainete y demás ralea. La obra va de menos a más, y ya en ‘Aurora roja’ todo es convincent­e y raya a gran altura.

Esta lucha por la vida parte de Baroja, pero no contiene a Baroja por entero. Le falta esa energía despiadada, esa herida abierta por la que veamos a una ciudad, a una época y a unos personajes que verdaderam­ente se suben al escenario para perturbarn­os.

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