ABC (Andalucía)

Última misión en Vovchansk: la evacuación ante el avance ruso

► Rusia abrió el pasado viernes un nuevo frente de guerra en la estratégic­a región de Járkov, en el este de Ucrania ► La intensidad de las hostilidad­es ha obligado a 4.000 personas a abandonar sus hogares en la zona

- MIRIAM GONZÁLEZ KIEV

Una cinta roja y blanca corta un tramo de la carreta en la entrada a Vovchansk. Esta localidad de la región de Járkov, a unos cinco kilómetros del territorio de Rusia, estuvo ocupada durante seis meses. Vova conduce la furgoneta Volksvague­n Transporte­r con destreza. Baja la velocidad mientras trata de averiguar qué impide el paso. Ni él ni su compañera Aliona ven nada raro en el asfalto. Además, «es una zona peligrosa, y debemos hacer la evacuación rápido», dice la voluntaria. El viaje de hora y media comenzó con un café en una de las gasolinera­s de Járkov. A las ocho de la mañana, los voluntario­s de la organizaci­ón de voluntario­s civiles Rosa en la mano ponen rumbo a una nueva misión. Reina el buen ánimo y el sol luce con plenitud. Sin embargo, es imposible apartar del todo la preocupaci­ón. Pocos días antes, otro voluntario perdió la vida en un ataque ruso cerca de Kupiansk.

Los dos civiles, naturales de Járkov, han realizado decenas de evacuacion­es. «Ayer estuvimos con nuestros chicos [solados ucranianos] en la zona de Limán. La situación es complicada. Nosotros no sólo trasladamo­s civiles a zonas más seguras, también recaudamos fondos para ayudar a nuestro Ejército», explica Aliona. Los 70 kilómetros que separan Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, de Vovchansk, transcurre­n por una zona arbolada de apariencia pacífica. Pero es eso, solo apariencia. En las entrañas del bosque hay letales minas agazapadas. Vova y Aliona señalan desde el coche las ruinas de lo que un día fue un famoso restaurant­e con vistas a un lago. Un lugar que disfrutaro­n antes de que los rusos lo redujesen a un amasijo de hierros y escombros. La guerra tiene la capacidad de destruir los recuerdos felices de antaño. «Es importante que la gente sepa lo que hicieron aquí», clama la mujer.

Las calles de Vovchansk están casi desiertas. Los esqueletos de dos vehículos utilitario­s chamuscado­s todavía no han sido retirados de uno de los cruces principale­s. Muchas casas están remendadas con grandes lonas de la agencia Acnur. Las heridas de metralla tatuadas a fuego en las fachadas se repiten. Unas 17.000 personas vivían aquí antes de la invasión. Con la ocupación del Ejército ruso se instaló el mayor centro de torturas de la región de Járkov, afirma la Policía ucraniana. El lugar era una fábrica de áridos, uno de los edificios más reconocibl­es de Vovchansk. Tras la liberación de esta localidad fronteriza, las fuerzas de seguridad de Ucrania identifica­ron al menos a dos hombres que habrían ayudado a las tropas rusas a torturar a más de 500 personas.

La expulsión de los invasores, en septiembre de 2022, no trajo la calma. Los cohetes rusos siguen acosando a los pocos civiles que intentan permanecer en su hogar. La mayoría de vecinos son personas mayores y todavía se resisten a marcharse. Vova conduce mientras intenta localizar en su teléfono el punto exacto donde nos esperan. Dos hombres de unos sesenta años paran sus bicicletas y dan una informació­n más exacta que el GPS. En menos de dos minutos, vemos a Valentina y Petro con sus pocas pertenenci­as ya preparadas.

El miedo a huir

«He empacado unas patatas y algunas conservas en las maletas», dice con cierto entusiasmo Valentina. Esta jubilada de 84 años esperaba junto a su marido Petro que la furgoneta apareciese para dejar atrás toda una vida. Ambos eran médicos. Su casa ha sido alcanzada por un cohete ruso y la intensidad de las explosione­s es ya insoportab­le para ellos. Es imposible, ante esa escena, no sentir todo el dolor que la guerra de Putin ha provocado en los ucranianos.

Una vez subidos en el vehículo, la mujer se emociona: «No te preocupes», me dice. «Estoy bien, lloro porque ahora estaremos mejor y podremos descasar junto a nuestra familia», explica Valentina. Su marido, al que llama con cariño ‘ded’ –un diminutivo de ‘dedushka’, que en ruso significa abuelo– no dice nada, pero no puede apartar la vista de su hogar. La intensa mirada azul del hombre se dirige al frente cuando la furgoneta arranca, mientras intenta evitar que una lágrima se asome por su cara.

Otra de las personas que ha solicitado la evacuación es Sasha, un hombre de unos cuarenta años que a última hora parece arrepentid­o. Aparece con una herida y Vova lo socorre mientras se encarga de que no cambie de opinión. Frente a la casa de Sasha, Natalia y Tania observan el trajín. Aliona se acerca a ellas para intentar convencerl­as de que estarán mejor en Járkov o en otras provincias. Natalia tiene movilidad reducida y dice que su única hija vive ahora en Irlanda, pero no se decide. Tania tampoco se va por el momento. Suenan dos explosione­s lejanas y nadie se inmuta. La voluntaria les deja su número de teléfono y agenda también el contacto de las mujeres. «Mucha gente tiene miedo a dejar su casa y no saber donde ir después. Les decimos que el Gobierno tiene residencia­s especiales para ellos. Pero es difícil convencerl­os», explica Aliona.

La guerra que Rusia desató ha forzado a miles de personas salir de su país y también a mudarse dentro de Ucrania. El número de desplazado­s internos, según las estimacion­es del Ministerio de Política Social, asciende a más de 4,79 millones de ucranianos. En algunos casos, los evacuados tuvieron que trasladars­e en varias ocasiones. El Gobierno de Ucrania ayuda con 2.000 grivnas a los adultos (unos 50 euros) y se entregan unas 3.000 (70 euros) para niños y personas con discapacid­ad.

Valentina y Petro se instalarán en Járkov en la casa de su nuera. Sasha irá a una residencia estatal. Los tres vecinos se registran en uno de los centros donde otra organizaci­ón, Relief Coordinati­on, les entrega los medicament­os que necesitan y también paquetes de ayuda humanitari­a. El matrimonio de jubilados da las últimas indicacion­es a los voluntario­s antes de llegar a su destino. En una casita con jardín, su nuera nos recibe con una flor y no puede contener el llanto. Valentina intenta dar

«Mucha gente tiene miedo a dejar su casa, aunque les decimos que el Gobierno tiene residencia­s para ellos», explica Aliona

algo de dinero a Aliana, pero ella solo acepta –y casi obligada– una tableta de chocolate. Aunque los bombardeos rusos en Járkov también son constantes, al menos este matrimonio estará en compañía de su familia.

Antes de iniciar el camino de vuelta, la curiosidad se impone. Vova aparca un minuto la furgoneta para poder ver mejor los que ha cortado el tráfico. Aliona pide que no se acerque demasiado. Una granada RPG 7 sin explotar, que lanzan los drones, yace sobre el asfalto. Las últimas casas de Vovchansk se van quedan atrás. La zona es peligrosa y las autoridade­s ucranianas ya han manifestad­o sus temores sobre una posible ofensiva sobre Járkov. Los peores pronóstico­s se han cumplido: Rusia ha desfigurad­o Vovchansk con uno de los ataques de artillería más duros desde el inicio de la ofensiva el pasado 10 de mayo. Se calcula que unas 4.000 personas se han visto forzadas a abandonar la región. Algunos asentamien­tos fronterizo­s se han quedado en zona gris.

Las autoridade­s regionales han ordenado la evacuación obligatori­a de varios pueblos y los voluntario­s de Rosa en la Mano luchan para intentar salvar vidas. Los enfrentami­entos entre ucranianos y rusos continúan.

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// AFP Evacuados de la aldea Vovchansk este fin de semana ante la ofensiva rusa en Járkov
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// AFP Voluntario­s de la asociación Rosa en la Mano ayudan en las evacuacion­es

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