La rara mutilación del cadáver de Alfonso X: ¿dónde están enterrados sus restos?
► El monarca fue eviscerado y las partes de su cuerpo repartidas por toda España
ARCHIVO ABC
La parca atropelló a Alfonso X el 4 de abril de 1248, allá por el sur de la península. La crónica más antigua sobre el fallecimiento del monarca nos ha llegado de la mano del canónigo toledano Jofré de Loaysa. Lo llamativo es que lo hizo de una manera escueta, con apenas una frase: «Sorprendió la muerte al ínclito rey en la ciudad de Sevilla». Y poco más, vaya, más allá de alguna curiosidad planteada por los escribas como que se despidió en paz.
Fallecido el Sabio, a descendientes y religiosos se les planteó la disyuntiva de dónde debían ser enterrados sus restos. Y ahí arrancó la controversia. Al comenzar su reinado, el monarca había solicitado ser inhumado en la catedral de Cádiz. Pero el buen mandatario cambió de opinión después de recuperar Murcia y ordenar su repoblación. La ciudad ejerció sobre él un magnetismo especial; hasta el punto de que fundó en ella el monasterio de Santa María. Y qué mejor sitio para pasar sus últimos días que ese edificio. Aunque también estableció como segunda
Sevilla.
Pero las disposiciones no acababan en ese punto. Alfonso X también ordenó que los cirujanos extrajesen el corazón de su cadáver y lo llevasen hasta Jerusalén: «E otrosi mandamos que, luego que finaremos, nos saquen el corazon e lo lleven a la sancta tierra de Ultramar, e que lo sotierren en el monte Calvario».
Y, como remate, ordenó que le sacasen las entrañas y las guardasen o bien en el monasterio de Santa María, o bien donde el cuerpo «oviere a ser enterrado».
El cadáver del monarca terminó en Sevilla. Para ser más concretos, reposó durante sus primeros años en la Capilla Real de la Catedral. Y así permaneció hasta 1948, cuando se levantó un nuevo sepulcro durante la celebración del séptimo centenario de la conquista de la ciudad por Fernando III el Santo. Así lo explicó ABC: «Con motivo de la solemne conmemoración […] han comenzado las obras que completarán la gran riqueza decoopción rativa que le diera señorial carácter, para contener […] entre otros, los restos mortales de don Alfonso X el Sabio».
Su corazón no tuvo la misma suerte: la guerra que desangraba Tierra Santa hizo imposible que acabase en Jerusalén. Y otro tanto pasó con sus entrañas. Tras dar algunos tumbos por Murcia, el uno y las otras terminaron por desccansar en la Catedral de la urbe. Así lo estableció el empperador Carlos V en una cédula fechada en Toledo el 5 de agosto de 1525: «Por ser justo que las dichas entrañas de dicho rey estén en el lugar e parte más pprincipal y preminente que en la dicha iglesia hubiere, yo vos mando que luego hagáis sacar las dichas entrañas del dicho rey don Alfonso, donde quiera que estuvieren, e las hagáis enterrar en la capilla mayor desa dicha iglesia».
Al final, el destino quiso que no pudieran cumplirse las últimas disposiciones de Alfonso X. No siempre se gana, su majestad.