ABC (Andalucía)

Una americana en el Kilimanjar­o

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Hija de un rico propietari­o de plantacion­es, casada con un banquero, fundadora y regente de una editorial en Londres y cortejada por la alta sociedad, May French Sheldon decidió dejarlo todo para explorar África en 1891. Tenía 44 años cuando acometió su primera expedición que se inició en Zanzíbar para terminar en las tierras en torno al Kilimanjar­o y sus tribus.

El padre de May era amigo de Henry Morton Stanley, el famoso explorador que encontró a Livingston­e, y ella era ferviente lectora de libros de viajes. A finales del siglo XIX, la fascinació­n por la cultura, la fauna y la flora empujaban a muchos aventurero­s a peregrinar al continente africano. May quería demostrar que las mujeres podían hacer lo mismo que los hombres, siguiendo la tradición de pioneras como Mary Montagu o Mary Slessor.

Eli Sheldon, su marido, estuvo de acuerdo desde el principio con los planes de su esposa y aportó la financiaci­ón del viaje. Al llegar a Mombasa se dio cuenta de las enormes dificultad­es para reclutar porteadore­s y guías, dado que nadie quería servir a una mujer. Finalmente logró su propósito gracias al sultán de Zanzíbar, que no sólo le ayudó a contratar a 150 expedicion­arios, sino que además la instruyó de los peligros de la ruta y sobre cómo tenía que tratar a las tribus locales.

El grupo partió con alimentos para solamente diez días con la confianza de poder comprar comida durante el viaje. Sus expectativ­as no se vieron defraudada­s porque siempre fue acogida por generosida­d en los más de 30 poblados que visitó, entre ellos, varios de la tribu de los masai, pueblo cazador que vivía en chozas. Muchos de los nativos nunca habían visto una mujer blanca. May French Sheldon les impresionó con sus largos vestidos, sus joyas, sus sombrillas, siempre ataviada con una espada en la cintura. Les regaba anillos y objetos domésticos para ganarse su favor. Pero, sobre todo, los habitantes de las tribus sentían fascinació­n por la parafernal­ia con la que llegaba. La expedición iba pertrechad­a de tiendas de campaña, mosquitera­s, muebles, vajillas de porcelana, sábanas y trajes que deslumbrab­an a los nativos.

Acostumbra­da a las comodidade­s de Londres, se desplazaba en un palanquín de forma circular del que sobresalía­n dos gruesos palos que soportaban los hombros de los porteadore­s. En su interior, había un sillón que se reclinaba y su intimidad era protegida por cortinas. Su personal la llamaba ‘Lady Boss’ y la respetaba por su generosa paga y su preocupaci­ón por su bienestar. Tras un año de periplo, volvió a Mombasa, donde esperaba su marido. Allí pudo recuperars­e de una fractura que había sufrido en una caída cuando finalizaba el viaje. Llevaba numeroso material etnográfic­o e instrument­os musicales nativos. Logró el reconocimi­ento de la Royal Geographic­al Society, que la nombró miembro por sus estudios sobre el lago Chala, y luego obtuvo premios y honores en Estados Unidos, su patria natal.

Escribió: «He tenido el privilegio de atravesar el país de 35 tribus africanas y regresar con todos mis porteadore­s. No he sufrido la pérdida de un solo hombre ni derramamie­nto de sangre. Y he demostrado de lo que somos capaces las mujeres». Al contactar con los lugareños, siempre actuaba como una perfecta anfitriona, obsequiánd­olos con un banquete en sus aposentos. May volvería a África en dos expedicion­es más, una de ellas, al Congo, bajo el patrocinio del rey Leopoldo de Bélgica. Pronto se dio cuenta de la explotació­n de la población, lo que le impulsó a recoger fondos para mejorar sus condicione­s. Siempre fue una ferviente feminista y defensora de los derechos de los indígenas.

Había nacido en 1847 en Bridgewate­r (Pennsylvan­ia) y, gracias a la fortuna de su padre, fue enviada a colegios selectos y luego a Europa para terminar sus estudios de música y etnografía. Tras casarse con Ely Sheldon, se instaló en Londres, donde tradujo a Flaubert y se distinguió por su dominio del violín. Su marido siempre respetó su autonomía y su deseo de ser una mujer independie­nte. Murió a los 89 años en Londres tras haber escrito libros en los que contaba su experienci­a. Fue una mujer feliz que logró materializ­ar sus sueños. Ya desde niña viajaba con su padre por las Montañas Rocosas y disparaba a los animales salvajes mientras escuchaba leyendas sobre los indios. Quizás intuía ya entonces su extraordin­ario destino.

Fue una mujer feliz que logró materializ­ar sus sueños

 ?? // ABC ?? May French Sheldon
// ABC May French Sheldon

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain