SAN JORGE MUERE DE VERGÜENZA
De poco sirve que san Jorge salve del dragón a la belleza (a la princesa) en un país con tantos problemas de educación. Al final lo matan de una restauración chapucera ciudadanos insuficientemente formados para decidir quién puede intervenir una estatua del XVI, sean el párroco de la iglesia de San Miguel de Estella, o los (ir)responsables de una escuela de manualidades que se meten a restauradores de tallas policromadas del gótico flamenco.
La leyenda de san Jorge y el dragón fue un tema artístico muy popular en el cambio entre los siglos XV y XVI. Los artistas se aplicaban en esta vívida representación de la bestia infernal, el héroe y el caballo que hunde sus raíces hasta el mito de Perseo y la Gorgona. Rafael Sanzio pinta en 1506 una tabla que se conserva en Washington. Cien años después Rubens le dedica el impresionante cuadro que podemos contemplar en el Museo del Prado... ¡si vamos!. Es intolerable lo ocurrido en Estella con esa escultura que es única porque muestra (mostraba) la armadura de un caballero de finales del XV.
¿Quién dio el permiso para que una pieza tan valiosa, inventariada, del patrimonio español fuera restaurada por manos de tal impericia? ¿Hay parroquias o museos donde no se cumplen todavía los protocolos ni la legislación que protege el patrimonio, como ya sucedió con la triste broma del «Ecce Homo» de Borja? Se hizo sin informe previo, sin respeto al original –el caballo tenía las bridas con pan de oro y ahora son de rojo carmín, la figura parece un soldadito de plomo, el caballo de tiovivo– sin exigir la titulación y la experiencia a quien iba a intervenir la pieza.
El desastre es elocuente. Es difícil que esto ocurra sin el permiso de alguno de los párrocos o con la debida vigilancia de las autoridades de patrimonio. No es una broma más. Alguien debe responsabilizarse de este destrozo. Y todos debemos exigir responsabilidades, ¿o no nos importa la educación? La ignorancia es una vergüenza que todos compartimos...