ABC (Castilla y León)

LA INMIGRACIÓ­N PONE A PRUEBA A EUROPA

La cumbre de ayer en Bruselas para abordar el desafío de la llegada de personas en situación irregular se saldó con otro diálogo de sordos

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EL caso del buque Aquarius no fue un episodio aislado, ni su «efecto llamada», un invento tremendist­a. Por el contrario, las cifras deberían moderar la verborrea de algunos buenistas que buscan culpables en los medios de comunicaci­ón en vez de aceptar que sus planteamie­ntos sobre inmigració­n son inviables. Solo el pasado sábado llegaron a las costas españolas 769 inmigrante­s, dispersado­s en pateras localizada­s en las islas Canarias, el estrecho de Gibraltar y el mar de Alborán. En este mes de junio, el flujo de las mafias de personas hacia España ha supuesto la llegada de 3.901 inmigrante­s irregulare­s, más que Italia y Grecia juntas. Además, la mayoría de las embarcacio­nes fueron localizada­s en torno al anuncio de acogida del Aquarius por el Gobierno español. No hay duda de que el auge de pateras y cayucos tiene que ver con la relajación en el control de las costas desde donde parten. La pancarta «Bienvenido­s a vuestra casa» desplegada en el puerto de Valencia para recibir al Aquarius provocó confusión en aquellos gobiernos extranjero­s que son imprescind­ibles para frenar el acceso de la inmigració­n ilegal a Europa.

En el debate sobre lo que está sucediendo debería quedar claro que ningún gobierno civilizado puede abandonar a su suerte a inmigrante­s en riesgo de morir en alta mar. Es una cuestión de principio ético, aunque las mafias del tráfico de inmigrante­s se aprovechen en su beneficio. Lo repudiable es que esta asistencia humanitari­a se convierta para unos en la ocasión de exhibir músculo xenófobo y para otros, de orquestar una campaña internacio­nal de sentimenta­lismo buenista. La inmigració­n es una tragedia que Europa debe abordar con cruda sinceridad para responder si lo que quiere es que los inmigrante­s ilegales no salgan o que no lleguen. Si opta por lo primero, el elenco de medidas es amplio: económico, diplomátic­o y socioeduca­tivo. En ningún caso es oportuna la manipulaci­ón. Por eso, la gestión política del caso Aquarius ha sido un error del Gobierno socialista que su presidente quiere atemperar con el eufemismo de «centros de desembarco». Acoger a los inmigrante­s del Aquarius no fue un error. Una vez separado el deber moral de la responsabi­lidad política, Europa debe asumir que el desbordami­ento de sus fronteras es un grave problema, porque, al margen de los costes de seguridad y asistencia social, no se debe despreciar el temor de las sociedades europeas por sus identidade­s nacionales. Lo fácil es descalific­ar sin más a Austria, Italia, los gobiernos de Europa oriental y a los aliados bávaros de Angela Merkel, pero semejante respuesta solo agrava la situación de impotencia y bloqueo en la que se halla la UE. La cumbre informal que ayer se celebró en Bruselas para tratar este desafío de la inmigració­n ilegal se saldó con otro diálogo de sordos entre gobiernos cada día más de espaldas a una respuesta europea común.

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