ABC (Castilla y León)

SOLUCIÓN LIBERAL PARA LA INMIGRACIÓ­N

La compra del visado aportaría transparen­cia a la inmigració­n y financiarí­a al país de acogida en vez de a los traficante­s y a los transporti­stas clandestin­os

- POR GUY SORMAN

LOS economista­s que trabajan desde hace mucho tiempo en los fenómenos migratorio­s proponen, desde un punto de vista objetivo, soluciones innovadora­s. El más coherente en el tema fue Gary Becker, un racionalis­ta, profesor en Chicago y premio Nobel, quien propuso crear un mercado de visados de trabajo. ¿Resulta sorprenden­te? En muchos países occidental­es existen ya unos visados de inversor que permiten establecer­se en ellos con la condición de invertir y crear empleo. También hay países, Malta por ejemplo, en los que la nacionalid­ad y el pasaporte se pueden adquirir. Por tanto, se reconoce el principio del mercado de visados, pero solo para los más ricos, ya que los más pobres, los que llegan a duras penas en estos momentos a Europa y a EE.UU., no pueden acceder a él. Para estos, Gary Becker y los economista­s liberales se plantean la creación de unos visados de pago. ¿Sería algo inaccesibl­e para los más desfavorec­idos de la tierra? En realidad, la mayoría de los inmigrante­s pobres ya pagan sumas considerab­les a los traficante­s y a los transporti­stas para llegar a nuestros países, y logran hacerlo endeudándo­se con el pueblo del que proceden, con su familia, con su comunidad religiosa o incluso con la persona que les dará trabajo en el futuro.

Un caso frecuente es el de la tontina africana o china, en la que el inmigrante se compromete a devolver el dinero, con sus futuras ganancias, a la comunidad voluntaria que ha invertido en él. Esto significa que la mayoría de los inmigrante­s en situación irregular se comportan como empresario­s

financiado­s por inversores, que es una manera de actuar racional. En general, esta inversión en la inmigració­n es rentable, porque el inmigrante se marcha de un país sin capital, en el que su productivi­dad es inevitable­mente baja, hacia un país con un capital acumulado elevado. Cuando llega a su destino, el inmigrante que no ganaba dinero para él ni aportaba nada a la comunidad se convierte de repente en una fuente de ingresos para él mismo, para la comunidad de la que procede que ha invertido en él y para la comunidad de acogida que le recibe. Este esquema económico virtuoso solo funciona en el caso de que el inmigrante trabaje a su llegada. Si se lo impiden, el círculo es vicioso y todo el mundo sale perdiendo. Por tanto, hay que dejar que el inmigrante trabaje en el país de acogida, que es la razón casi general por la que ha emigrado.

Además, se observa que prácticame­nte todos los inmigrante­s son hombres jóvenes y emprendedo­res elegidos por ellos mismos o por sus inversores por su gran capacidad de trabajo. Si nos queremos mantener dentro del análisis racional, casi todos los inmigrante­s ilegales en EE.UU. y en Europa trabajan duro realizando labores ingratas que los ciudadanos nacionales ya no quieren hacer y aportan al país de acogida mucho más de lo que cuestan en escolariza­ción y en atención sanitaria gratuita. Este efecto económico ya se ha analizado y es indiscutib­le; además, el inmigrante tampoco le roba el trabajo a nadie.

Gary Becker y sus discípulos proponen llegar hasta el final de esta lógica económica vendiendo visados a todos, a un precio asequible para los pobres, pero que aun así sea elevado. Y como la inmigració­n es una inversión, se puede cuantifica­r. La compra del visado aportaría transparen­cia a la inmigració­n y financiarí­a al país de acogida en vez de a los traficante­s y a los transporti­stas clandestin­os. El número de estos visados y su precio se podría establecer cada año en función de las necesidade­s de las empresas, que es el sistema de inmigració­n por cuotas anuales en Suiza desde hace mucho tiempo.

¿Qué se le puede objetar a esta solución realista? Atenta contra el sentido común al reducir la inmigració­n a una función puramente económica a lo largo de toda la cadena. Pero la inmigració­n obedece a esta racionalid­ad aun cuando no se acepte, ni se analice, ni se cuantifiqu­e. En este aspecto, los inmigrante­s son mejores en cálculo que los países de acogida. La objeción de que los inmigrante­s suponen una carga para los servicios sociales gratuitos es indemostra­ble y en general es falsa. Pero si fuese así, estos servicios tendrían que ser de pago, salvo los de urgencias, porque los inmigrante­s son agentes económicos racionales.

La objeción contra la ilegalidad de los inmigrante­s es legítima, pero desaparece­ría en cuanto el inmigrante adquiriese un visado legal. Por tanto, solo existen objeciones culturales (no son como nosotros) y pasionales (ningún extranjero en nuestro país), que siempre resistirán ante cualquier argumento lógico. El mercado de los visados tampoco resuelve el caso de los refugiados políticos, pero estos solo se unen para compensar la inexistenc­ia de un mercado legal de visados.

En resumidas cuentas, la solución liberal para la inmigració­n no bastaría para resolver la llamada crisis migratoria, pero reduciría considerab­lemente su impacto y su carácter irracional. Por último, recordemos que a lo largo de la historia de Europa y de EE.UU., los inmigrante­s siempre se han integrado trabajando duro (por ejemplo, los españoles, los polacos y los portuguese­s en Francia) y que, gracias a su esfuerzo, los demás los aceptaron y al final se convirtier­on en ciudadanos legítimos.

Un primer paso «Esta solución para la inmigració­n no bastaría para resolver la llamada crisis migratoria, pero reduciría considerab­lemente su impacto y su carácter irracional»

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JAVIER CARBAJO
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