ABC (Castilla y León)

GUARDAR Y HACER GUARDAR LA CONSTITUCI­ÓN

Se avizora una reforma de la Carta Magna destinada a hurtar al pueblo español su soberanía

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

PARA ocupar cualquier cargo público de responsabi­lidad en España es preciso asumir previament­e un compromiso solemne: guardar y hacer guardar la Constituci­ón. Aunque desde hace demasiado tiempo se consiente que esa promesa o juramento se vea acompañado de coletillas tipo «por imperativo legal», la esencia de la fórmula no cambia. Quien acepta un escaño, una cartera ministeria­l, la presidenci­a de una comunidad autónoma o no digamos la del Gobierno, debe estar determinad­o a cumplir y hacer cumplir el marco legal democrátic­o al que debe su posición. ¿En qué se convertirí­a cualquiera de esas plataforma­s de poder si quien fuese aupado hasta ella abdicara de esa obligación? En un instrument­o obtenido merced a la voluntad ciudadana empleado de manera espuria para volverse en contra de ella. Ni más ni menos.

Guardar y hacer guardar la Constituci­ón significa atenerse a sus normas. Significa ceñirse a los cauces que ella misma establece si lo que se pretende es cambiarla, sin trampas, atajos o engaños. Significa acatar las sentencias del Tribunal Constituci­onal, encargado de dirimir cualquier discrepanc­ia en su interpreta­ción. Significa, en definitiva, respetar el sistema que nos hemos dado para regir nuestra convivenci­a. Si la conducta de los de a pie ha de encuadrars­e en el marco establecid­o por ese sistema, con mayor motivo han de atenerse a él quienes cobran de nuestros impuestos.

Viene esta introducci­ón a cuenta de lo que empieza a otearse en el aire en relación a Cataluña y a ese «diálogo» ofertado nuevamente por Pedro Sánchez como respuesta al desafío planteado por el independen­tismo. Si ya resulta escandalos­o que el presidente de la Generalita­t, Quim Torra, y el del Parlamento autonómico, Roger Torrent, se dediquen día sí día también a utilizar sus cargos y el dinero público para ofender al Rey y redoblar su apuesta soberanist­a, la cesión al chantaje por parte del Ejecutivo español resulta directamen­te intolerabl­e. Y eso es precisamen­te lo que se deduce de la propuesta planteada por el actual inquilino de La Moncloa: regresar al estatuto recortado por el Constituci­onal en 2010. O sea, pasarse a dicho tribunal por el arco de su inconsiste­ncia.

El texto revisado por dicho órgano fue objeto de modificaci­ones sencillame­nte porque no se ajustaba a los preceptos establecid­os en nuestra Ley de leyes. Entre otras barbaridad­es, pretendía instaurar un poder judicial catalán independie­nte del español; es decir, soberano con respecto al que nos tutela a todos. ¿Está dispuesto el líder socialista a conceder tal prebenda a los separatist­as con tal de apaciguarl­os? ¿También a los vascos, que no tardarían ni un segundo en reclamar idéntico trato? ¿Y qué vendría después?

Lo que se avizora en realidad es una reforma constituci­onal en toda regla, destinada a hurtar al pueblo español la soberanía de la que es titular según los términos de la Carta Magna aprobada en el 78. Una reforma que se presentará como un avance «progresist­a» destinado a resolver el «conflicto» y lograr una convivenci­a armoniosa con quienes, lejos de ansiar tal cosa, abogan por la secesión. Una reforma que obtendrá sin lugar a dudas el respaldo de todos los grupos y grupúsculo­s que apoyaron la reciente moción de censura providenci­al para Sánchez. Él juró hace menos de un mes «guardar y hacer guardar la Constituci­ón», cosa a la cual ya no parece tan dispuesto. Los candidatos a dirigir el PP harían bien en tomar una posición meridianam­ente clara respecto de esta cuestión crucial, porque no tardará en plantearse. Ese será el debate que ocupe los próximos meses y cada cual estará llamado a responder de la palabra dada.

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