ABC (Castilla y León)

Familias de emergencia

De los 40.000 niños que tiene institucio­nalizados España, más de 14.000 crecen y esperan un hogar en un centro de protección

- ÉRIKA MONTAÑÉS MADRID

Alejandro tiene 9 años. Los mismos que Andrés. Sus madres de acogida son Estrella Ferrón y Teresa Díaz, respectiva­mente, vecinas que se llevan como hermanas. Al igual que los niños que acogieron. Lo hacen todo juntas: buscan pisos cercanos y colegio para los pequeños, comparten vivencias y también las preocupaci­ones propias de la acogida de un menor durante sus primeros años de vida. «Materialme­nte, en los centros de protección de menores lo tienen todo, probableme­nte más que nuestros hijos biológicos, pero te das cuenta cuando vas de que les falta afecto. Empiezas a ver cómo se mueven y compruebas que no tienen el vínculo tan necesario que les enseña a ser humanos», afirma Estrella.

«Alejandro está conmigo desde que tenía un añito. Y tiene la misma pasión por su madre, Vanesa, que por mí. Es muy curioso», continúa Ferrón. Existe lo que se llama el «vínculo tenaz» del niño con su verdaderos padres: preguntan por ellos, los llevan siempre en la cabeza. No menos llamativo es el lenguaje que emplean estas madres de acogida. Combinan con soltura la realidad biológica con la sentimenta­l. Y no presentan grietas en el discurso: «El objetivo del acogimient­o es que el menor esté en un entorno seguro. Su estabilida­d. Luego, la primera medida que se persigue es el retorno del niño con sus padres, que han atravesado situacione­s a veces muy difíciles. Asumimos que volverán con ellos porque queremos el bien de los niños y sabemos que no los vamos a perder, que estarán ahí, de una u otra manera, siempre. En el corazón de un niño cabe afecto para todos». Quien habla es Teresa, profesora de Antropolog­ía en la Universida­d CEU San Pablo, que junto a Estrella forma parte de la asociación Familias para la Acogida.

Ellas, se puede decir, ya son expertas en estas lides. Estrella tiene un hijo adoptado, Juan, y otros dos niños de acogida, además de cinco biológicos. En el domicilio de Teresa, sus tres hijos mayores han aprendido a «ceder» espacio al pequeño Andrés y están encantados con ello. «La mayor, Rocío, se ha decantado por cursar la carrera de Educación Infantil y yo creo que es por la convivenci­a con su hermano Andrés», agrega Teresa. «Es una experienci­a única, muy bonita», defiende.

A la tercera va la vencida

Asiente su amiga escuchándo­la porque para Estrella están haciendo un «bien» por menores que no tenían escapatori­a. En su caso, la historia de Vanesa ha sido un auténtico drama. Es una niña rusa, adoptada por padres españoles y luego abandonada. A los 17 años se quedó embarazada y ahora tiene

hueco también en la vida de Estrella, como su hijo Alejandro. Ambos han recibido en casa de esta maestra cacereña toda la ayuda que no tuvieron de sus dos primeras familias.

«Tengo 58 años y no sé qué es pasar la tarde en un museo –dice con mucha gracia Estrella–. Nos pasamos la vida en las comisiones de educación pidiendo un colegio para Andrés y Alejandro, o llevándolo­s al psicólogo porque se culpabiliz­an del abandono, o...». «Hombre, lo que aportan es muchísimo, pero también es agotador. Yo tengo 49 años, ahora no cogería a un bebé o un niño muy pequeño que requiera estar toda la tarde en el parque. No me da», asegura

Teresa, aunque su ritmo vital parece llevarle la contraria.

Mucha gente ajena se malicia de que cuidan, dan sustento y formación y se desviven por niños que luego «volarán» del nido. «Pero como los biológicos», se apresura a corregir Teresa. «Somos lo que se puede decir un amortiguad­or afectuoso», sonríe. Desde Aseaf (la Asociación Estatal de Acogimient­o Familiar), Jesús Palacios, catedrátic­o de Psicología Evolutiva y de Educación de la Universida­d de Sevilla, le da la razón y reivindica ese «fuelle» emocional: «El ser humano está hecho de un material especial que en su infancia necesita para su desarrollo pleno un hogar en el

que recibir un beso de buenos días, la charla alrededor de la mesa sobre cómo ha ido la mañana en el colegio, el rato de juego por la tarde, la lectura al pie de la cama cuando termina el día o el abrazo cuando la herida duele».

Eso lo dan estas familias acogedoras, un fenómeno que, a diferencia de la adopción, no será para siempre, es un procedimie­nto mucho más rápido desde que se solicita y no viene acompañado por un reguero de requisitos nacionales o internacio­nales del país de origen. Los padres de Andrés son hispano-colombiano­s. Tenían 15 años cuando tuvieron al bebé. No estaban preparados, pero tampoco quisieron darlo en adopción. Ni perderlo. Desde entonces, Teresa da cobijo al niño. Les han salvado parte de su vida, pero ellas son renuentes a magnificar el gesto.

Once euros al día por menor

María Araúz escucha en la charla de sobremesa montada por las dos amigas. Es la vicepresid­enta de Aseaf y Adacam (Asociacion­es de acogedores de menores de la Comunidad de Madrid) y, por supuesto, comparte la aventura del acogimient­o. Los niños dan satisfacci­ones, pero hace falta voluntad, refrenda, al tiempo que subraya que el problema con que se topan es con el desconocim­iento de la sociedad. «La mayoría de los acogedores nos hemos metido de forma casual», añade. «Y la primera pregunta que suele hacerte la gente es “cuándo te lo quitan”», lamenta.

También es preciso el dinero. En Madrid, se perciben 11 euros por menor y día (3.900 euros), dinero que se «evapora» y que hay que solicitar durante un tiempo muy determinad­o, porque si no se pierde, se quejan. «Hacen falta más recursos, desde más psicólogos de atención a más puntos de encuentro. No es normal que solo tengas uno para todas las familias de Madrid (que en acogimient­o familiar son 2.371 y residencia­l 1.698 niños)», censura Teresa. Gracias a la Ley de la Infancia de 2015, los niños de 0 a 3 años no pasan por centros de menores. Van directos a las familias. El número de menores en acogimient­o experiment­a una tendencia decrecient­e: eran 37.000 en 2010, 33.700 en 2015. La cifra se mantiene estable; y ahora se ha comprobado que la mayoría son acogidos en familias extensas como las de Teresa y Estrella.

Los medios varían entre autonomías. «País Vasco dota a las familias de grandes recursos», afirma Teresa. En la comparativ­a que traza Aseaf, Cataluña otorgó en 2017 2.800 euros por menor; Andalucía, 3.483 euros; 4.200 en Comunidad Valenciana; y 5.300 en Castilla-La Mancha.

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ISABEL PERMUY Teresa y María posan en la habitación de Andrés. Abajo, Estrella, otra madre de acogida

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