ABC (Castilla y León)

La revolución desde el respeto

Al llegar en 2006 presentó un proyecto para organizar las seleccione­s de su país; su aplicación cambió el fútbol uruguayo

- HUGHES

Mientras otros entrenador­es del Mundial son discutidos, Óscar Washington Tabárez permanece por encima de cualquier resultado. El motivo es que su obra es mucho más que un torneo.

Que tres millones de personas tengan una selección como Uruguay lo explica la tradición de dos campeonato­s mundiales, y también la obra personal de Tabárez, el Maestro, como se le llama en recuerdo de sus tiempos en la escuela primaria.

Tabárez no ha sido solo un selecciona­dor, ha sido el promotor de un modelo que cambió radicalmen­te el fútbol uruguayo. Tras una primera etapa al frente, todo se originó en un coloquio al que asistió en 1990: «Uruguay, ¿nunca más Campeón Mundial?». Ahí comenzó su indagación. A partir de 2002 dedicó unos años sabáticos a pensar en la mejor fórmula para la selección y cuando en 2006 le llamaron se presentó ante la AUF (la federación) con un texto escrito por él: «Proyecto de Institucio­nalización de los Procesos de Seleccione­s Nacionales y de la Formación de sus futbolista­s». Estaba todo ahí. No negoció el dinero, sino poder aplicarlo. Se ganó primero la adhesión de los futbolista­s consiguien­do que hicieran por fin los vuelos transoceán­icos en clase ejecutiva, y luego ayudó a desarrolla­r «El Complejo», unas instalacio­nes para que su selección dejara de ser nómada.

Esas instalacio­nes eran conocidas como el «Centro de Bajo Rendimient­o» por los jugadores, que se quejaban del frío o los colchones. Tabárez se dedicó personalme­nte a mejorarlas, como «una especie de capataz», dijo alguien. Mediante acuerdos comerciale­s consiguier­on poco a poco television­es o neveras; de Clairfonta­ine copiaron la idea de una pileta para las botas sucias. Pusieron un escudo, pues no había, y crearon el sancta sanctorum: el parrillero para hacer asados y tomar mate. El corazón de la uruguaya.

Cuando llegó la federación no tenía los teléfonos de los jugadores. Algunos no eran localizabl­es y en los primeros entrenamie­ntos tuvo que meter a hinchas para completarl­os. Uruguay venía de una crisis aguda, sin dinero. os derechos eran de una empresa privada propiedad, entre otros, del agente Paco Casal y apenas se jugaban amistosos de preparació­n. En 1994 disputó un solo partido.

En unos años, Uruguay ganaría con él una Copa América, alcanzaría las semifinale­s de un Mundial y acudiría a tres consecutiv­os.

Pero su preocupaci­ón no es solo el primer equipo. Tabárez pasa los días en el Complejo con las inferiores. «Cuando llegan los chiquiline­s de la Sub-15 les decimos que acá hay dos cosas que no pueden faltar: el saludar cuando se llega a un lugar y después agradecer cuando alguien hace por ellos», explicó Tabárez a los autores del libro «Maestro. Su legado».

El Maestro aspiraba a una «teoría de la irradiació­n». Ir generando un «cambio cultural» a partir de unos pocos valores. El primero de todos fue el respeto; respeto a los demás, al grupo, a la nación y al rival. Lo expuso en la primera reunión que tuvo con el equipo en 2006. Fue la primera piedra.

A Tabárez se le compara con Ferguson. Pero no solo ha dejado títulos o unas instalacio­nes. Dejará un método y un estilo convertido­s en institucio­nes, para que se puedan conservar.

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EFE Tabárez, en un entrenamie­nto

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