Preso de sus contradicciones
Pedro Sánchez ha asistido por primera vez al desfile de la Fiesta Nacional como presidente del Gobierno, un acto obligado, pero incómodo para el primer líder socialista español que alcanza el poder aupado por la extrema izquierda y los independentistas. El precio de las amargas contradicciones que Sánchez asume cada día para seguir en La Moncloa le ha perseguido hasta la tribuna del desfile, donde ha tenido que soportar el rechazo de una parte del público que, sin embargo, recibió calurosamente al Rey Felipe VI. No es que el incidente tenga valor estadístico, pero tiene la virtud de poner en evidencia una situación tan grave como inédita.
El día previo a la Fiesta Nacional, la suma del independentismo y los Comunes (la marca catalana de Podemos) sacaba adelante en el Parlamento de Cataluña una resolución pidiendo la abolición de la Monarquía. Se trata de un acto grotesco, pero no exento de una grave carga simbólica: los dos pilares de la alianza parlamentaria que sostiene a Sánchez evidencian su rechazo al marco constitucional que representa el Rey. Y eso el mismo día en que Iglesias y Sánchez rubricaban su acuerdo de presupuestos. La verdad es que una lluvia de silbidos y gritos llamándole «okupa» y reclamando elecciones es lo menos que puede caerle al presidente.
La película se completa con la manifestación que tuvo lugar en Barcelona para manifestar la lealtad de miles de catalanes a la Constitución, su agradecimiento al Rey y su respeto a la bandera de España. Inútil buscar allí una presencia socialista significativa. El socialismo de Sánchez, el que torció el brazo al PSOE que patrocinaba un acuerdo entre constitucionalistas, navega danto tumbos con unos compañeros que no esconden su aversión a la Corona y a la Constitución del 78. Lo que está en juego no es la suerte de un líder de fortuna, sino nuestro marco de convivencia.