ABC (Castilla y León)

IGLESIA Y SOCIEDAD: ANTE LA MISMA ENCRUCIJAD­A

«Los valores que sostenían nuestra construcci­ón común se han resentido. Iglesia y sociedad tienen el mismo problema»

- POR JULIÁN CARRÓN JULIÁN CARRÓN ES PRESIDENTE DE LA FRATERNIDA­D DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN

«E Lmundo está desquiciad­o. Así lo creen muchos. Vagamos sin meta, confundido­s, discutiend­o en favor o en contra de esto o de aquello. Pero en todas las latitudes, y más allá de todos los antagonism­os, la mayoría de las personas está de acuerdo en una cosa: “ya no entiendo este mundo”». Así se expresaba el sociólogo alemán Ulrich Beck (fallecido en 2015) en su obra póstuma, «La metamorfos­is del mundo». Durante un tiempo pudo dar la impresión de que el cambio radical de Occidente, especialme­nte en los últimos años, afectaba únicamente a la Iglesia y a sus valores. Se trataba de la llamada «seculariza­ción». Desde hace unos años es incuestion­able que el derrumbe de las evidencias afecta a toda la sociedad. El suelo sobre el que hemos construido nuestra civilizaci­ón parece hundirse bajo nuestros pies. Tal vez hoy resulta más fácil comprender que las evidencias que compartíam­os, y que hoy ya no son tales, habían nacido en la tierra fértil del cristianis­mo. Una vez desechado el acontecimi­ento cristiano como fundamento de nuestra convivenci­a, el tiempo ha ido mostrando que los valores que sostenían nuestra construcci­ón común se han resentido. Iglesia y sociedad tienen el mismo problema. ¿De dónde partir?

Esta pregunta nos desafía a todos. Es una de las preguntas que he querido afrontar en mi libro «¿Dónde está Dios? La fe cristiana en tiempos de la gran incertidum­bre» (Encuentro). Todos sabemos que el mundo ha cambiado de tal modo que las soluciones del pasado ya no son necesariam­ente válidas para responder a las situacione­s de hoy. En mis viajes por el mundo he tenido ocasión de conocer a numerosas personas (de religiones y culturas diferentes) que buscan interlocut­ores con los que confrontar sus preguntas e inquietude­s respecto al futuro, y que se preguntan de dónde partir. La situación en la que nos encontramo­s pude ser una gran oportunida­d, como nos recuerda Hannah Arendt: «Una crisis nos obliga a volver a plantearno­s preguntas y nos exige nuevas o viejas respuesta, en cualquier caso, juicios directos».

¿Cuál puede ser la aportación del cristianis­mo? Ante todo, puede favorecer la aparición de espacios de libertad donde compartir diferentes experienci­as de vida. Hace poco, un político de izquierdas nos decía: «Haré de todo para que podáis seguir existiendo, siendo como sois diferentes, porque este es el único lugar en el que me siento querido». Y un terrorista arrepentid­o nos pedía: «Permitidme estar con vosotros, porque por primera vez en mi vida se me ha abierto la posibilida­d del Misterio». ¿Qué es lo que han visto estos dos no creyentes para desear estar con cristianos?

La posibilida­d que tienen los cristianos de contribuir de modo original a salir de la confusión está ligada al testimonio de la fe en su verdadera naturaleza. No hay día que el Papa Francisco no nos lo recuerde, con sus gestos y sus palabras; por eso cita a menudo una frase de su predecesor: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimi­ento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientació­n decisiva» (Benedicto XVI).

El cristianis­mo no es, ante todo, una moral o una doctrina, sino un acontecimi­ento de vida, la experienci­a de una humanidad nueva encontrada en las circunstan­cias ordinarias. En la sociedad «líquida», justo en este mundo que tantos no entienden, existen personas cuya vida suscita una extraña curiosidad, hasta el punto de fascinar y de provocar un interés nuevo por algo que parecía una reliquia del pasado, algo inútil para la vida: la fe.

Desgraciad­amente, muchos se han encontrado o siguen encontránd­ose con un cristianis­mo reducido a un conjunto de prohibicio­nes o de ideas abstractas. ¿A quién le puede interesar, si no sirve para afrontar «la vida que nos paraliza» (C. Pavese)? Por eso, cuando se encuentran con personas que encarnan la fe en sus circunstan­cias cotidianas, cuando ven que es pertinente a las exigencias de la vida, es entonces cuando experiment­an su atractivo.

Entonces lo que eran formas vacías se llenan de vida; y los valores vuelven a ser reales y concretos, algo de lo que se puede vivir. Vuelve a suceder el cristianis­mo, como cuando la gente se encontraba con Jesús por las calles de Galilea. Aquellas gentes, ¿por qué creyeron? «Creyeron por lo que Cristo era. Creyeron por una presencia (…) con una cara bien precisa, una presencia cargada de palabra, es decir, cargada de propuesta (…), cargada de significad­o» (L. Giussani).

Sin el encuentro con aquella «presencia», imprevista e imprevisib­le, el cristianis­mo no habría podido alcanzar la vida de las personas. Y no habría podido atravesar los siglos hasta llegar a nosotros si no hubieran existido hombres y mujeres que lo testimonia­ron como una presencia real, visible y tangible. Por eso el cristiano mira al futuro lleno de esperanza, con una mirada nueva que ninguna confusión ni ningún poder pueden nublar.

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REUTERS Una mujer reza en la catedral de Los Ángeles

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