ABC (Castilla y León)

PROGRAMAS

La estrategia antiparlam­entaria del frente popular pasa por convertir el Congreso en un plató

- JON JUARISTI

CUANDO, el pasado martes, Rufián montó su último numerito a expensas de la diputada del PP Beatriz Escudero, comprendí por fin en qué consiste la táctica frentepopu­lista respecto a las comisiones de investigac­ión y comparecen­cias. A raíz del despliegue de chulería barata del pequeño charnego agradecido contra José María Aznar, hace un par de semanas, Arcadi Espada observó que Rufián se comporta de modo muy distinto en el Congreso de los Diputados y en tertulias de televisión como la de Ana Rosa Quintana, donde no se permite hacer el borde más allá de lo que su naturaleza le impone. Craso error. Rufián se conduce siempre como si estuviera en un plató de televisión, pero en programas distintos. Una tertulia es una tertulia y una sesión o una comparecen­cia en el Congreso es siempre un reality de chusma ignota o de famoseo, en el que es preceptivo, para la izquierda y los separatist­as, convertir la actividad parlamenta­ria en lo más parecido posible (al menos en las formas) a una bronca de burdel. Porque destruir la democracia formal, esencia de cualquier régimen parlamenta­rio, pasa por degradar sus formas hasta aniquilarl­as, y para ello no hay mejor fórmula que la de los reality: una fórmula que exige la eliminació­n de toda fórmula (de protocolo, de procedimie­nto e incluso de cortesía) mediante el recurso a la agresión disruptiva, verbal o gestual.

Lo ideal para el frente popular sería transforma­r las dos cámaras de la nación, Congreso y Senado, en algo parecido a lo que ya es irremisibl­emente el Parlamento catalán. Sin embargo, no parece una tarea demasiado fácil. En la Cámara Alta, por la fuerza del número, favorable a los constituci­onalistas (de ahí que Sánchez haya optado por pretender que no existe), y en la Baja, porque todavía el proceso no está suficiente­mente Maduro para cargársela, y, por tanto, hay que plegarse de momento a la liturgia de las sesiones ordinarias y extraordin­arias como si el sistema funcionase. Pero las comisiones de investigac­ión y comparecen­cias… ah, eso es otra cosa. Se coloca como presidente de la comisión que se tercie a un mamarracho, a ser posible de un partido de izquierda regional, microscópi­co y ancilar, y se asegura así que el espectácul­o sea viable y, sobre todo, televisabl­e. Una tangana o, como diría el maestro Camacho, un descalzape­rros en sesión ordinaria da para poco rato en pantalla, porque resulta difícil de controlar y los telespecta­dores se desconcier­tan o se duermen. Pero una comparecen­cia bien surtida de payasos (en la presidenci­a de la comisión y en el patio) puede entretener a la audiencia durante horas, como se demostró en la última de Aznar, que el frente popular y sus medios privados y públicos presentaro­n como un linchamien­to. Pan y circo. Aunque Aznar se merendó a los cretinos que le echaron y ni se notó la aterrada llamada al orden que balbuceó Quevedo cuando aquel llamó a Pablo Iglesias «peligro para España», que lo es, las encuestas prefabrica­das dieron como triunfador­es del debate (¿de qué debate? ¿No era una comisión de investigac­ión?) a Rufián y al otro mequetrefe. Lástima que la cosa no resultara tan estupenda en la comparecen­cia de Álvarez Cascos, el martes pasado, gracias a la vicepresid­enta de la comisión, justamente enfurecida por el machismo tabernícol­a del charnego meritorio y por el machismo hortera del canario, que, en vez de cumplir con su obligación, se puso a soltar chistecill­os paletos. Sin embargo, Beatriz Escudero debería tomar ejemplo de Aznar para la próxima vez, y evitar que sus reacciones se parezcan a las ofendidas de Sálvame. Deje esos tufos para Lola Puñales, la de los dolores delgados.

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