ABC (Castilla y León)

El Papa proclama santos a dos mártires de la fe y el pueblo

▶Miles de personas acudieron a la plaza de San Pedro para presenciar la canonizaci­ón de dos de las grandes figuras de la Iglesia moderna

- JUAN VICENTE BOO CORRESPONS­AL EN EL VATICANO

Ante una multitud de fieles que desbordaba­n la plaza de San Pedro, el Papa Francisco canonizó ayer a Pablo VI (18971978), el arzobispo mártir Óscar Romero (1917-1980), la madrileña de nacimiento y boliviana de corazón Nazaria Ignacia March (1889-1943), y otros cuatro nuevos santos, incluido un muchacho italiano, Nunzio Sulprizio, fallecido de cáncer óseo a los 19 años de edad.

Su majestad la Reina Doña Sofía encabezó la delegación española –de la que formaba parte el ministro de Cultura, José Guirao–, y saludó por adelantado al Papa, quien agradeció en público su presencia al final de la ceremonia.

Asistieron también las dos familias agraciadas por los milagros de Pablo VI y Óscar Romero –dar a luz niños sanos después de embarazos imposibles–, y la religiosa española que recuperó el habla después de una hemorragia cerebral por intercesió­n de Nazaria Ignacia.

Aunque hubiese querido asistir –como hizo en 2014 a la beatificac­ión de Pablo VI– Benedicto XVI tuvo que quedarse en su residencia de los Jardines Vaticanos debido a sus 91 años y debilidad articular. Francisco se acercó a visitarle el sábado, para compartir la alegría por adelantado.

En su homilía, el Papa afirmó que «siguiendo el ejemplo del apóstol del que tomó su nombre», Pablo VI «gastó su vida por el Evangelio de Cristo, atravesand­o nuevas fronteras y convirtién­dose en profeta de una Iglesia extroverti­da que mira a los lejanos y cuida de los pobres». Incluso «en medio de dificultad­es e incomprens­iones», fue testigo de «la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús».

Además de personaje de gran envergadur­a intelectua­l, espiritual y humana, Pablo VI fue el gran artífice del Concilio Vaticano II y por eso, según Francisco, «también hoy nos exhorta, junto con el Concilio del que fue sabio timonel, a vivir nuestra vocación común: la vocación universal a la santidad. No a medias, sino a la santidad».

A su vez, el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, asesinado de un disparo en el corazón cuando celebraba la misa, «dejó la seguridad del mundo para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizad­o por Jesús y sus hermanos».

El gesto Francisco utilizó en la ceremonia el cíngulo que monseñor Romero llevaba cuando fue asesinado

Durante la ceremonia, el Papa llevaba como reliquia el cinturón litúrgico –cíngulo– utilizado por Romero en aquella última misa del 24 de marzo de 1980, interrumpi­da cuando un francotira­dor a las órdenes del mayor Roberto D’Abuisson le disparó desde fuera de la capilla del hospital de la Divina Providenci­a en el momento en que se disponía a pronunciar las pa- labras de la consagraci­ón.

El rasgo común de los siete nuevos santos es, según Francisco, que «todos ellos, en diferentes contextos, han traducido el Evangelio en vida; sin tibieza, sin cálculos, con el ardor de arriesgar y de dejar cosas». La madrileña Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús tenía 17 años cuando emigró con su familia a México para ganarse la vida. Ante la Virgen de Guadalupe, respondió a la vocación como Hermanita de los Ancianos Desamparad­os, pero años después en Bolivia recibió una nueva: fundar las Misioneras Cruzadas de la Iglesia al servicio de los más pobres hoy en 21 países. No solo es la primera santa de Bolivia sino también la promotora del primer sindicato femenino en ese país. Falleció en Argentina, pero está enterrada en Oruro, con sus pobres, a petición suya.

Según Francisco, el mensaje de pobreza sigue siendo válido para la Iglesia: «Pidamos la gracia de saber dejar cosas por amor del Señor: dejar las riquezas, la nostalgia de los puestos y el poder, las estructura­s que ya no son adecuadas para el anuncio del Evangelio».

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AFP La plaza de San Pedro se llenó de fieles en la ceremonia de canonizaci­ón

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