«Sin duda, en el caso de los jóvenes es una cuestión educativa y, sobre todo, de lectura»
«A veces recibimos en la editorial cartas o e-mails de presentación de una novela que directamente te hacen llevarte las manos a la cabeza. A veces la cuestión meramente gramatical en un manuscrito clama al cielo. No es solo una cuestión de redes sociales, aunque en ellas es muy evidente que escribimos peor. Dimos por sentado que el e-mail admite una mayor relajación a la hora de aplicar signos de apertura o cursivas, que es una escritura rápida en la que prima la eficacia al cuidado. Después llegó la escritura abreviada, sin puntuación, ni ley gramatical alguna a la que invita la inmediatez que ofrecen las redes sociales. El problema es cuando se aplica esa relajación formal en toda comunicación escrita, fuera de las redes. A veces se encuentran faltas en los periódicos, pero no sé si puede hablarse de un problema de los periodistas, o si hablamos de menos gente en las redacciones, más prisa y falta de medios para corregir, pulir y cazar erratas. Es posible que en los libros se trate de la misma cuestión. Menos medios, menos guardianes, más erratas. Pero creo que puedo decir que a lo largo de mi carrera observo menor exigencia en el cuidado de la prosa. Sin duda, en el caso de los jóvenes es una cuestión educativa, y sobre todo, de lectura. Si una parte importante de su hábito de lectura y de su tiempo de ocio se gesta en medios como las redes sociales o en aplicaciones que priman la imagen a la palabra, crecerán no sólo escribiendo peor, sino expresándose peor, que es una forma de razonar, y con el tiempo, de conocerse a uno mismo».