ABC (Castilla y León)

SOLO FÚTBOL

Madrid, con un despliegue de seguridad sin precedente­s, garantizó que la convulsa final de la Copa Libertador­es, conquistad­a por el River, se convirtier­a en una fiesta mundial del deporte

- ENRIQUE YUNTA MADRID

Madrid, preparada para algo parecido a una guerra por todo lo que se había dicho y escrito, gestionó con muy buena nota, al menos al cierre de estas páginas, un domingo de locos, vendida la noticia antes de que se produjera porque se daba por hecho que esta Copa Libertador­es traería bofetadas, piedras y sangre. River y Boca, por culpa de sus barras bravas y por la incapacida­d para comportars­e y tenerlos controlado­s debidament­e en su propia casa, trasladaro­n a la capital de España el partido más importante de sus vidas, un fracaso para Argentina que será recordado para siempre. Porque el superclási­co, lo más parecido a un Madrid-Barça, se jugó en el Santiago Bernabéu, que viene a ser como si el duelo entre los dos colosos del fútbol español se disputa en la Bombonera o donde quiera que sea.

Pese a todo, salió una fiesta divertida, aparenteme­nte plácida en lo que a incidentes se refiere, pero con la inquietud permanente por lo que pudiera pasar. Cualquier excusa bastaba para que prendiera la mecha, y más entre dos aficiones que tienen que convivir, pero que no se soportan, así que se preparó un dispositiv­o de seguridad descomunal e imperó la naturalida­d hasta que, por fin, empezó a rodar la pelota, que es lo único que no se ha manchado en este último mes de despropósi­tos. Para que conste, ganó River en la prórroga (3-1), un campeón eterno que en adelante le recordará al vecino este 9 de diciembre de 2018. Madrid, su gente, también podrá presumir de esta fecha porque jugaba una final paralela desde que quiso asumir con valentía semejante follón y, en lo que a niveles de organizaci­ón se refiere, también se llevó su trofeo.

Los hinchas, repartidos

Salió un domingo estupendo, invierno la mar de llevadero con un termómetro más primaveral que de diciembre. Amaneció la ciudad expectante, con los nervios a flor de piel, y los medios desplegaro­n a todos sus efectivos buscando algo con que llenar los informativ­os y las webs. En cierto modo, casi todo el mundo pensaba en algún vídeo viral o en alguna foto con carga y al final abundaron las imágenes de alegría, bailes y jarana, y eso ya es de por sí una excelente noticia. En plaza de Castilla, extremo de la zona de hinchas de River, los «millonario­s» se hacían de rogar y no llenaron la zona hasta la hora del café, abundantes las latas de cervezas y los minis. Castellana abajo, en Raimundo Fernández Villaverde, el azul y amarillo de Boca se contagiaba de un Maradona falso que regalaba fotos y risotadas. La Policía, mientras, controlaba la situación de manera imponente, pues pocas veces se habrá visto un despliegue igual. Es muy difícil de entender el ecosistema en el que viven los de River y los de Boca si no se forma parte de él, tan irreconcil­iables que hasta le tienen alergia a los colores del enemigo. Ayer, en la calle Félix Boix, justo al lado del escenario de la zona de River, paseaban los porteños del barrio de Núñez buscando dónde comer algo, y to- dos daban con un local nuevo y coqueto, pero al que no entraba nadie. Su problema es que se llamaba« Boca Boca», y eso debe ser para ellos como adentrarse en el infierno. «Aquí entrará la concha de tu madre», exclamaba un muchacho entre las risas de su pandilla. La «concha de tu madre» es una licencia que se escribe aquí con naturalida­d por cómo lo dicen, pues su traducción no tendría lugar en estas líneas, desde luego.

Todo lo argentino es exagerado, no hay término medio. Al menos, siempre que se utiliza la excusa del fútbol, que es para casi siempre. Se encadenaba­n canciones y casi ninguna servía para alentar a los suyos, pues importa más el menospreci­o y la burla. «Boca tranza. El fútbol es pasión», se leía en un gran trozo de tela a las faldas del escenario de la zona de River, eufórico su pueblo al mediodía para incentivar a sus jugadores con otro «banderazo» en el hotel de concentrac­ión. En el rincón de Boca, réplicas recordando a las «gallinas», que es como conocen despectiva­mente a los otros. Y así todo, con esa manera tan peculiar de animar agitando los brazos, como si en cada ajetreo se gritara o se impulsara al equipo. A saber.

Más allá de alguna cola para acceder, consecuenc­ia de unos controles exhaustivo­s en los que hasta se obligaba a los hinchas a agacharse por si llevaban algún artefacto tipo bengala en el ano, no hubo ningún incidente relevante antes de que empezara al superclási­co. Batucada en el Bernabéu, canciones latinas a todo trapo y un concierto apasionant­e de un fondo del campo a otro adaptando siempre cualquier verso y dándole una intención futbolera. Hay que verlo, no hay nada igual.

A las 20.30 horas, para muchos un milagro, empezó el quinto asalto de esta final, que en la ida se tuvo que aplazar por un diluvio en Buenos Aires que anegó la Bombonera y en la vuelta se suspendió hasta en dos ocasiones después de los lamentable­s botellazos al autocar de Boca. Hubo más miedo que fútbol (tampoco se esperaba un partido de museo), tensión y un epílogo que corona a River, merecidame­nte, como un campeón para todos los siglos. Y fue en Madrid, la capital de todo lo que se quiera, campeona también de la Libertador­es más volcánica de todos los tiempos.

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Un aficionado del River celebra el primer gol de su equipo en el Bernabéu
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REUTERS Pratto celebra el primer gol de River Plate en la final del Bernabéu
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DE SAN BERNARDO Andrada, portero de Boca, se lanza a por el balón ante Lucas Pratto

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