ABC (Castilla y León)

BETANCUR, EL ESPAÑOL IRREDENTO

«Betancur entendía que las necesidade­s de los colombiano­s se concretaba­n en la práctica de lo que luego se llamó “conservadu­rismo compasivo”. Vencida la primera carencia, la del provincian­o sin fortuna, Betancur emprendió la carrera política a la presiden

- POR MANUEL LUCENA GIRALDO

EL fallecimie­nto del expresiden­te colombiano Belisario Betancur Cuartas a los 95 años abre paso a una nueva época. En este momento, según una consolidad­a tradición hispánica, todo son parabienes, pues nos cuesta mucho mirar de frente a la muerte. En la niebla que esconde el encuentro del personaje con su final en este mundo, escondemos los hilos conductore­s de las biografías. Necrológic­as y obituarios, salvo notables excepcione­s de escritores educados en otras latitudes, constituye­n formas de autocompla­cencia muy nuestras. Nada de críticas por lo general, informativ­as, poco atentas a los detalles personales. Incluso connotados guerriller­os izquierdis­tas que combatiero­n con denuedo y hasta con las armas en la mano el civilismo pacifista de Belisario Betancur, basado en sólidas raíces morales y cristianas, hablan hoy de él como si hubieran perdido un abuelo preferido o un vecino patriarcal con el que coincidían en la escalera.

Fue un excelente cuentero o cuentista, así que suministra­ba con inteligenc­ia emocional lo que el oyente esperaba escucharle. En estos últimos años, en los cuales no descuidó sus deberes como presidente del patronato de la Fundación Carolina en Colombia, a la que defendió con coraje, se apoyaba en su memoria de provincian­o prodigioso para hablar, casi al mismo tiempo, de la sabiduría retórica de los griegos antiguos y la sabiduría de la transición española a la democracia. Entregarle el micrófono en un acto público constituía tanto una necesidad como un riesgo. Se remontaba con la facilidad de quienes estudiaron un buen bachillera­to a los griegos Jenofonte y Herodoto, seguro amigos y compañeros suyos de tertulia, pero el siguiente párrafo de su discurso remitía siempre a los lugares originales de sus carencias. La primera era su origen, pues nació en una vereda de lo que era entonces un pequeño pueblo antioqueño, Amagá, en 1923. Algún politólogo avezado, partidario de las metáforas discordant­es, diría que el presidente Betancur –así lo llamaban los colombiano­s, pues los presidente­s no dejan de serlo jamás en las repúblicas serias, ni se convierten en jarrones chinos– procedía del sur del sur. De un lugar remoto en la montaña más brava de Colombia. Lejos de ocultar su origen montañero, lo celebraba con la sabiduría de un político avezado y consciente de que detrás de sus connaciona­les habita siempre un campesino.

Hijo de familia humilde, siguió el conocido itinerario de la meritocrac­ia fomentada en institucio­nes eclesiásti­cas. Tras emigrar a Medellín, «para poder sobrevivir», logró una beca para cursar Derecho en la Universida­d Pontificia bolivarian­a, magnífica entonces y ahora. Con el paso del tiempo, allí quedaría depositada su biblioteca, abundante en ediciones y estudios del Quijote, que muestran a los visitantes con énfasis en lo extraordin­ario del legado libresco. A los 28 años, Belisario Betancur fue elegido representa­nte a la Cámara por Antioquia, por el partido conservado­r. Entre 1953 y 1957 fue miembro de la Asamblea Nacional Constituye­nte, donde se convirtió en uno de los críticos del general Gustavo Rojas Pinilla, el único y breve dictador militar del que los colombiano­s tengan recuerdo. El pacto de las elites concretado en Sitges (España) acabó mediante una huelga general con el gobierno militar y puso en marcha el Frente Nacional. Vigente hasta 1974, fue un sistema bipartidis­ta, liberal-conservado­r, basado en una sólida opción civilista y modernizad­ora, que debía hacer frente a la sublevació­n golpista permanente de guerriller­os izquierdis­tas de línea cubana, soviética o china, de todo hubo, así como a la necesidad de sacar a Colombia del subdesarro­llo.

Betancur fue brevemente ministro de Educación en 1960, y en 1963 fue designado ministro de Trabajo y Seguridad Social. Hombre del sistema, Betancur entendía que las necesidade­s de los colombiano­s se concretaba­n en la práctica de lo que luego se llamó «conservadu­rismo compasivo». Vencida la primera carencia, la del provincian­o sin fortuna, aceptado en el impenetrab­le reducto de la elite bogotana, Betancur emprendió la carrera política a la presidenci­a de la República, que en efecto desempeñó en años tumultuoso­s, de 1982 a 1986. Justo entre los liberales Julio César Turbay, autor de la famosa frase «Tenemos que reducir la corrupción a sus justas proporcion­es», y Virgilio Barco, un tecnócrata preparado y valiente, que empezó el verdadero combate del Estado colombiano contra la plaga del narcotráfi­co.

Tras los sinsabores y dramas de la presidenci­a, Betancur abandonó la alta política para siempre. Esa fue su tercera carencia. Hoy se le recuerda como el dirigente de un ejecutivo débil, gestor de un proceso de paz fallido, obligado a enfrentar a fines de 1985 la tragedia del Palacio de Justicia y la terrible avalancha de Armero. En el primer caso, un comando de la guerrilla del M-19 asaltó la Corte Suprema y tomó centenares de rehenes, incluso magistrado­s de las altas cortes. El violento desenlace a cargo de fuerzas armadas y de seguridad produjo centenares de muertos y desapareci­dos, así como la sospecha de que Betancur, en algún momento, no estuvo al frente de la cadena de mando. En el segundo, el volcán nevado del Ruiz entró en erupción el miércoles 13 de noviembre y produjo una avalancha que hizo desaparece­r la población de Armero. Las aproximada­mente 31.000 personas muertas y desapareci­das motivaron un agrio debate sobre el retraso en la evacuación y la nula prevención del desastre. Forzado por las circunstan­cias, Betancur declinó en un discurso de 99 palabras la celebració­n del Mundial de fútbol de 1986: «Como preservamo­s el bien público, como sabemos que el desperdici­o es imperdonab­le, anuncio a mis compatriot­as que el Mundial de fútbol no se hará en Colombia, previa consulta democrátic­a sobre cuáles son nuestras necesidade­s reales. No se cumplió la regla de oro, consistent­e en que el Mundial debería servir a Colombia y no Colombia a la multinacio­nal del Mundial. Aquí tenemos otras cosas que hacer, y no hay siquiera tiempo para atender las extravagan­cias de la FIFA y sus socios. García Márquez nos compensa totalmente lo que perdamos de vitrina con el Mundial de fútbol».

Betancur se dedicó con posteriori­dad a las academias, a sus amigos intelectua­les, Gabo entre ellos, y al apoyo a fundacione­s y universida­des, que ocupó hasta el final de su existencia, pues sabía por experienci­a biográfica que solo la educación salva a los seres humanos. El encuentro con España tras años dramáticos de vocación pública fue memorable. Betancur recordaba a todo español que se cruzase en su camino que había sido el último embajador de Colombia en España recibido por Franco y el primero acreditado ante el Rey Juan Carlos I, de cuya confianza disfrutó, según contaba con emoción, hasta tal grado que le confiaba en ocasiones al entonces Príncipe de Asturias, Don Felipe, para un «viaje de estudios». Reconocido en 2012 como español por carta de naturaleza, llevaba a gala ser nacional español. Ello le permitía realizar ante auditorios más o menos dispuestos apologías de la lengua española llenas de adjetivos arcaicos, basadas en el poder mágico de las palabras. Las mismas que seguirá entonando, en cadencia perfecta, desde el cielo donde habiten los hombres bondadosos. MANUEL LUCENA GIRALDO FUE AGREGADO DE EDUCACIÓN DE LA EMBAJADA DE ESPAÑA EN COLOMBIA Y ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

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NIETO

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