ABC (Castilla y León)

NO LE FUNCIONARÁ

Cediendo ante la revuelta Macron no se ayuda, al revés

- LUIS VENTOSO

DIAGNOSTIC­AR el mal de Francia es sencillo. Un país pródigo en dones. Una nación rica, que durante tres siglos ha vivido de maravilla, en gran medida por sus méritos. Pero la opulenta y feliz Francia fue tornándose perezosa, perdió el hambre laboral de algunos de sus competidor­es –léase Asia– y hoy vive por encima de sus posibilida­des. Además, la integració­n de sus inmigrante­s magrebíes dista de ser un éxito (hoy es el primer país musulmán de Europa, con 5,7 millones de mahometano­s). Francia llegó al esprint final del siglo XX con un fuerte estatismo protector, que le había funcionado bien. Pero el revolcón de la globalizac­ión y la irrupción del frenético mundo digital convirtier­on al modelo galo en lento e ineficient­e. El problema está sobradamen­te diagnostic­ado. Sarkozy, Hollande y ahora Macron. Todos llegaron al poder prometiend­o poner el reloj de Francia al día. Sarko resultó un mandatario de mucha bravata y pocos hechos. Hollande fue directamen­te un cantante, alérgico a toda reforma (salvo la de mudar de amante). Macron, de 40 años, que llegó en mayo de 2017 a lomos de una ola de popularida­d, sí parecía el reformista esperado. Pero ayer hincó la rodilla ante las protestas callejeras. Ya es otro más de los presidente­s lampedusia­nos de la V República: mucho bla, bla, bla… para que nada cambie.

Macron tenía anoche dos opciones. Una: decirles la verdad a los franceses, a lo Churchill del «sudor, esfuerzo y lágrimas». Explicarle­s que para seguir viviendo bien no tienen otra vía que asumir ahora ajustes y trabajar como posesos, porque el mundo se ha vuelto hipercompe­titivo. Dos: entonar el mea culpa, sacar la chequera social al estilo del populismo de izquierdas e intentar calmar la revuelta a golpe de subvención. Optó por lo segundo. No le saldrá bien. La lectura de los radicales Le Pen y Mélenchon y de las personas de los chalecos amarillos será demoledora para él: «Ves cómo sí podía dar más dinero. Ves cómo nos estaba engañando. Ves cómo sí se había olvidado de la gente de la calle y sus problemas». O dicho de otro modo: ves cómo Francia es muy rica y puede seguir abonada a la teta pública. Macron anuncia una subida inmediata de cien euros en el salario mínimo; las horas extras no tributarán; habrá mejoras para los pensionist­as que cobran menos de 2.000 euros. El gasto extra puede irse a 15.000 millones. Y sin embargo… ¿Creará más empleo? No, porque eso depende de las empresas y de que dispongan de un entorno dinámico y flexible. ¿Caerá el paro juvenil? Al revés. ¿Mejorarán los suburbios deprimidos? ¿Aumentará la marchita productivi­dad? ¿Resultará Francia más atractiva para el capital exterior? No, no y no.

Macron se ha comprado unos meses en el cargo pagándolos con el dinero de todos los franceses. Un parche, porque esta era histérica de la gran aceleració­n digital ha provocado que se acorten los ciclos de políticos, altos ejecutivos y hasta entrenador­es de fútbol. En unas semanas, o antes, volveremos a ver en la calle a los chalecos amarillos (que dudo mucho que fuesen la creación espontánea de doce amigos citados por Facebook, como se nos ha contado).

A Rusia le encanta ver a la UE en combustión. A Trump, también.

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