ABC (Castilla y León)

PASTORES

En una comunidad donde Quim Torra ostenta la dignidad oficial de Honorable conviene preservar al menos la de Eminencia

- IGNACIO CAMACHO

AL vicesecret­ario de la Conferenci­a Episcopal Tarraconen­se, Norbert Miracle, le «cuesta entender» la prisión preventiva de los dirigentes independen­tistas catalanes. Así lo declara en una carta dirigida a la hermana de Jordi Turull, donde relata que cuatro obispos –los de Gerona, Tarragona, Solsona y Vic– han ido a visitar a los principale­s reclusos en sus cárceles, un gesto humanitari­o irreprocha­ble en el virtuoso ejercicio de sus tareas pastorales. También simpatizan con la causa otros eclesiásti­cos no menos ecuánimes, como los capuchinos de Sarriá o el abad de Montserrat –ese Dalai Lama del separatism­o, en brillante expresión de Jesús Lillo–, que han invitado a sus feligreses a sumarse a la huelga de hambre. Estamos en vísperas de Navidad y ningún reproche cabe al bienintenc­ionado compromiso diocesano con los presos y sus familiares. Pero, por si le sirven en su búsqueda «del diálogo, el respeto, el perdón mutuo y el bien más grande» (sic), existen algunas considerac­iones generales que pueden ayudar a resolver la dificultad de comprensió­n de mosén Miracle.

En primer lugar, el motivo del encarcelam­iento no es un delito de conciencia, abolido en la Constituci­ón, sino un levantamie­nto multitudin­ario contra la norma básica del sistema de libertades que en España regula la convivenci­a, y que como el padre Miracle no ignorará fue en su momento refrendada por el 90 por ciento de los ciudadanos de su tierra. Como representa­ntes del Estado en Cataluña, los encausados tenían el deber de conocerla, cumplirla y defenderla. Los tribunales decidirán si la insurrecci­ón fue o no violenta; lo que está claro es que se trató de una revuelta contra el orden institucio­nal en términos de desobedien­cia diáfana y expresa. Hasta ahora, que se sepa, el cumplimien­to de la ley, sobre todo si es democrátic­a, es una obligación respaldada por la Iglesia.

Concurre, además, la circunstan­cia de que otros altos cargos de la Generalita­t implicados en el mismo proceso se han fugado. Hasta el cura más carlista del Principado, que los hay a montones, se hará cargo de que ningún juez se arriesgue, con ese cristalino antecedent­e, a exponerse al mismo fiasco. No existen, por lo demás, indicios de arrepentim­iento, esa contrición esencial del sacramento de la penitencia, en la conducta de unos políticos que se declaran orgullosos de haber cumplido un supuesto mandato soberano. Y en su estancia en presidio reciben, como no podía ser de otro modo, un trato tan exquisito que hasta se podría considerar privilegia­do.

Acaso estos detalles podrían iluminar a mosén Miracle y sus obispos para entender que no estamos ante la represión de unas ideas. El alto ministerio que desempeñan presume de oficio una mente equilibrad­a y abierta. Y en una comunidad donde Quim Torra ostenta –o más bien detenta– la dignidad oficial de «Honorable» conviene preservar al menos la de Eminencia.

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