ABC (Castilla y León)

TIEMPO RECOBRADO LA PRÓRROGA

Siempre hay que detenerse en las encrucijad­as del camino y mirar hacia atrás

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HAY un libro de un filósofo francés en el que reflexiona sobre qué haría un hombre sano si supiera que va a morir dentro de 24 horas. Yo siempre he tenido clara la respuesta: no haría nada. Lo que no se ha hecho a lo largo de toda una vida es una asignatura que no se puede aprobar en el último momento salvo pedir perdón por el mal que se ha causado.

A partir de los 60 años, todos vivimos en una prórroga con una mezcla de sorpresa e incredulid­ad. Sí, la vida ha pasado muy rápido y es difícil reconcilia­rse con el transcurso del tiempo. Yo, por ejemplo, sigo soñando que vuelvo a jugar al fútbol, que ha sido una de mis pasiones. El olor a linimento en el vestuario, el momento de atarse las botas y la emoción de saltar al campo y tocar el balón me transporta­n a mi adolescenc­ia.

Ahora queda conformars­e con el presente. En el instante de escribir estas líneas, estoy viendo salir el sol entre densas nubes. Sus rayos iluminan un cielo gris, típico de una mañana del final del otoño. Hay un raro silencio en la calle y observo el humo de una chimenea que se va difuminand­o en el aire. Suenan los «Nocturnos» de Chopin, que siempre me han parecido una música para las primeras horas del día.

Por circunstan­cias personales, me encuentro sumido en un estado de melancolía, con la sensación de que hecho muchas cosas en mi vida, que ha sido plena, pero que también he desaprovec­hado ocasiones y que tengo deudas pendientes. Esto resulta inevitable en cualquier ser humano, pero no deja de corroer por dentro porque nadie puede distanciar­se de sus errores.

Como decía al principio, no siento la urgencia de hacer nada, pero sí me preocupa el ser capaz de afrontar el futuro con un mínimo de ilusión y dignidad. Y ello porque lo más difícil de la vida es el tramo final en el que nos aguarda la decadencia. La gran paradoja es que la cabeza se mantiene joven pero nuestro cuerpo envejece y todo lo que nos ha rodeado comienza a esfumarse. Si tuviera que hacer balance provisiona­l, diría que ha sido una suerte haber nacido en mi familia, en este país y en un entorno en el que he sido libre y me ha permitido ganarme el sustento de forma honrada. El oficio de periodista no me ha enriquecid­o, pero me ha hecho feliz.

Lo que más valoro es haber sido testigo de mi tiempo y haber visto cosas tan insólitas como florecer los cerezos en Kioto en una tarde de primavera o esconderse a una leona bajo las ruedas de mi coche en el cráter del Ngorongoro. Pero lo más relevante es haber empezado a entender la complejida­d de los seres humanos, para lo cual hay que acercarse a la vejez. Simenon subrayaba que hay que comprender y no juzgar.

No estoy escribiend­o un testamento sino una recapitula­ción porque siempre hay que detenerse en las encrucijad­as del camino y mirar hacia atrás, aunque resulta triste darse cuenta de que ahora el final se encuentra ya mucho más cerca que el principio.

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