ABC (Castilla y León)

LEY DE LA MEDIOCRIDA­D EDUCATIVA

«El Gobierno de Sánchez pretende que se le evalúe por la altura de sus propósitos y no por los resultados que alcanzan los alumnos»

- POR RAFAEL VAN GRIEKEN RAFAEL VAN GRIEKEN ES CONSEJERO DE EDUCACIÓN E INVESTIGAC­IÓN DE LA COMUNIDAD DE MADRID

E Lpasado 28 de noviembre la ministra de Educación y Formación Profesiona­l, Isabel Celaá, presentó en el Congreso el anteproyec­to de una nueva ley educativa con el aplomo de quien asume que en política la grandilocu­encia no tiene por qué medirse con los hechos. Así, afirmaba la ministra, «era una cuestión prioritari­a y urgente para este Gobierno abordar de forma inmediata la modificaci­ón de los aspectos más segregador­es y negativos de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce), los que estaban causando mayores daños a nuestro sistema educativo, apartándol­o de forma preocupant­e del objetivo de equidad».

Resulta comprensib­le que un Gobierno tan adicto a los golpes de efecto quisiera hacerse una foto clavando la lanza en el cuello de un temible y «segregador» dragón, léase la Lomce. Pero el problema no es sólo que el dragón no fuera tan fiero como lo pintaba la ministra, sino que, además, nunca se le dio ocasión de causar esos supuestos «daños». Desde el principio de esta legislatur­a, el Gobierno, formado entonces por el PP, había impulsado un pacto de Estado para consensuar un modelo educativo en el Congreso. Con ese objetivo se aprobó el Real Decreto Ley 5/2016, que suspendió aquellos aspectos de la Lomce que habían generado mayor controvers­ia, como los efectos académicos de las evaluacion­es externas, a fin de facilitar el camino al deseado pacto. Un trabajo de diálogo que se desarrolló en el Congreso, en el Senado y también en la Conferenci­a Sectorial de Educación, basado fundamenta­lmente en escuchar a expertos y representa­ntes de la comunidad educativa. Y todo ello para buscar un pacto que debía evitar que cada nuevo Gobierno –incluso aquellos que no hayan sido elegidos en las urnas, o con el menor número de diputados de nuestra historia democrátic­a– se empeñe en modificar sistemátic­amente nuestra ley educativa.

Tras año y medio de trabajo, ese ambicioso proyecto de acuerdo y consenso vio su fin por la supuesta falta de voluntad del PP para compromete­rse a alcanzar una inversión en educación del 5 por ciento del PIB, curiosamen­te una condición que ya no parece ser objetivo prioritari­o en la nueva propuesta. Pero es aún peor la falta de talante negociador, la urgencia inusual de su tramitació­n que deriva en un preocupant­e desprecio de los foros de debate, ninguneand­o sin paliativos la opinión de las comunidade­s autónomas, quienes serán responsabl­es de la aplicación en cada territorio. Por eso hay que insistir en que el dragón que la señora Celaá presume de haber matado dormía ya el sueño de los justos, y el Gobierno de Sánchez ha clavado la lanza en el corazón de un naciente pacto que, al menos con este Ejecutivo, ya no será.

Por tanto, y dado que los aspectos más controvert­idos de la Lomce están suspendido­s en la actualidad, ¿cuáles son esas cuestiones «prioritari­as y urgentes» que aborda el citado texto?

Fundamenta­lmente, se propone eliminar todo aquello que ha hecho posible que en los últimos años algunas regiones, entre ellas la Comunidad de Madrid, hayamos destacado por la calidad de nuestros sistemas educativos, con buenos resultados avalados por evaluacion­es nacionales e internacio­nales, y también por la satisfacci­ón mayoritari­a de las familias. En el anteproyec­to se pretende eliminar el reconocimi­ento del papel que correspond­e a los padres, madres y tutores legales como primeros responsabl­es de la educación de sus hijos, un ataque directo a la libertad de elección (ya lo dijo la ministra, la demanda social es «un eufemismo», y por tanto desaparece en el nuevo texto). En consecuenc­ia, la enseñanza concertada (elegida en la Comunidad de Madrid por el 30 por ciento de las familias) debe ser una oferta siempre subsidiari­a, vigilada por los representa­ntes de los ayuntamien­tos; la selección de sus docentes cobra carácter asambleari­o y los propietari­os del centro no podrán elegir ni siquiera libremente al director del mismo.

El anteproyec­to cercena también la autonomía de los centros públicos. Se señala la especializ­ación curricular como «introducto­ra de desigualda­des». Adiós por tanto a nuestra red de centros STEM, a los institutos de Innovación Tecnológic­a o los deportivos, al programa de excelencia en el Bachillera­to, a la introducci­ón de asignatura­s como Tecnología, Programaci­ón y Robótica. El programa de enseñanza bilingüe, cuyo buen funcionami­ento es reconocido dentro y fuera de España, o los nuevos programas de introducci­ón de Francés o Alemán, están ahora mismo en el aire tal y como hoy los conocemos, ya que el anteproyec­to cuestiona la contrataci­ón de expertos nativos, 2.618 auxiliares de conversaci­ón en el presente curso.

El Gobierno de Sánchez pretende, en definitiva, que se le evalúe por la altura de sus propósitos y no por los resultados que alcanzan los alumnos en su paso por el sistema educativo. Lo importante, vienen a decir, es que se expida al alumno el título, aunque sea un aprobado en autoestima, un engaño para todos. La reforma no aborda los verdaderos retos de la educación española, como el desequilib­rio territoria­l que manifiesta­n las evaluacion­es internacio­nales, o la carrera docente, en su fase de acceso y en su desarrollo profesiona­l. Parece que estamos abocados, una vez más, al fracaso anticipado de una nueva reforma educativa, con un equipo ministeria­l que muy pronto ha olvidado lo que demandaba hace tan solo unos meses y Machado expresaba tan acertadame­nte: «Para dialogar, preguntad primero; después…. escuchad».

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EFE Isabel Celaá

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