ABC (Castilla y León)

Los Nobel de la Paz piden un fondo contra la violencia sexual

▶ Entrega de los premios a la yazidí iraquí Murad y al médico congoleño Mukwege

- ROSALÍA SÁNCHEZ CORRESPONS­AL EN BERLÍN

Nadia Murad se aferraba ayer a los auriculare­s de traducción y no podía evitar el temblor y las lágrimas mientras la presidenta del Comité Nobel Noruego, Berit Reiss-Andersen, relataba su historia. Todavía colegiala, fue secuestrad­a por Daesh (Estado Islámico) tras ver cómo eran cruelmente asesinados su madre y sus seis hermanos. Después, fue vendida sucesivame­nte de un amo a otro como esclava sexual hasta que consiguió escapar cuando la dejaron salir para ir a comprar un burka. Se trata de un relato que se repite en el seno de cada familia yazidí, una minoría religiosa irakí que ha denunciado la venta de más de 6.500 mujeres y niños con nombre y apellidos. Se desconoce el destino de otros 3.000 en manos de Daesh. Pero si ahora, a sus 25 años, se le concede el Nobel de la Paz no es por su sufrimient­o, sino por haber «roto el estigma que ha destruido a millones de mujeres y haber tenido el extraordin­ario coraje de dedicar su vida a que esos crímenes no sean ignorados u olvidados». «No busco más simpatía ni compasión», dijo en su breve discurso, «quiero que esos sentimient­os se traduzcan en acciones». Ni el gobierno iraquí ni el kurdo, ni tampoco la comunidad internacio­nal han perseguido a los genocidas. «Es inconcebib­le que la conciencia de los líderes mundiales no se haya movilizado para liberar a esas mujeres», denunció, incrédula, «¿Y si fueran un acuerdo comercial, un yacimiento petrolero o un cargamento de armas? ¡No se ahorrarían esfuerzos!».

La misma exigencia fue el eje del discurso del médico congoleño Denis

Eje de la sociedad El comité recordó que «la forma más eficaz de destruir una comunidad es destruir a la mujer»

Mukwege, que comparte con ella el Nobel de la Paz de este año y que describió el impune imperio de la «violencia macabra» en el Congo. Recordó los ataques a su hospital, las decenas de bebés violados, el caos «perverso y orga-

nizado» que ha resultado en más de seis millones de muertes, cuatro millones de desplazado­s y cientos de miles de mujeres violadas. Solo en su clínica han sido tratadas 50.000 lesiones y heridas infligidas en órganos sexuales con armas de fuego, bayonetas o botellas rotas, víctimas de violacione­s grupales de hasta 18 meses de edad. «Todo esto sucede a la vista de la comunidad internacio­nal», lamentó, mientras el informe de la Oficina del Alto Comisionad­o para los Derechos Humanos «acumula polvo» en un cajón.

Salario de mercenario

En la República Democrátic­a del Congo, «la capital mundial de las violacione­s», las estadístic­as arrojan datos difíciles de asimilar: cuatro mujeres violadas cada cinco minutos, según el American Journal of Public Health, 400.000 violacione­s al año. Tanto Murad como Mukwege pidieron ayer la creación de un fondo global de indemnizac­iones para las víctimas de violencia sexual en conflictos y el comité sueco se sumó a la reivindica­ción de que «la violencia sexual sea tratada como el crimen que es y no como un daño colateral».

Al igual que en Bosnia (1992-1995), con 50.000 violacione­s; Sudán del Sur desde 2013, donde el cuerpo de las mujeres es el salario con el que el gobierno paga a sus milicianos; o el citado caso del Congo, en el conflicto de Ruanda (1993-1994) las brutales violacione­s masivas y sistemátic­as llevaron por primera vez al Tribunal Penal Internacio­nal a sentenciar la violencia sexual contra las mujeres como un «acto de genocidio», forma de tortura y «estrategia de limpieza étnica», porque no solamente se destruye a la víctima individual. Según ha reconocido el comité del Nobel, «la forma más eficaz de destruir una comunidad es destruir a la mujer».

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Murad y Mukwegw reciben los premios en Oslo
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