ABC (Castilla y León)

¿«MADRID CENTRAL»... O INFERNAL?

- POR MARI PAU DOMÍNGUEZ MARI PAU DOMÍNGUEZ ES ESCRITORA Y PERIODISTA

«Espero que por todo lo aquí expuesto nadie llegue a la conclusión de que tengo ganas de morir asfixiada en el interior de una densa nube de contaminac­ión. En cambio, lo que sí me gustaría es seguir viviendo en una ciudad en la que salir cada día de casa no se convierta en una tortura; una ciudad en la que poder moverme con libertad, a pie o en coche»

SÍ, me declaro culpable: me gustan los coches y conducir. Tengo un vehículo híbrido con etiqueta ECO, así que cuando circulo por Madrid no contamino ya que el motor de gasolina no se activa hasta alcanzar los 80 kilómetros por hora, velocidad prohibida en la capital. Es importante aclararlo para que nadie piense que escribo esto porque me afecten las restriccio­nes y de ahí mi enfado. Lo hago porque, aunque no me atañan de manera directa (eso es lo de menos), creo que se trata de una medida que el Ayuntamien­to de Madrid ha adoptado sin garantía de éxito; sin un plan integral para disminuir la congestión del tráfico; sin tener en cuenta los problemas que generará al sufrido ciudadano, al que le harán la vida infinitame­nte peor; sin esperar a que acaben las obras en una arteria importante, como es Atocha, ni tampoco en múltiples calles adyacentes a la Gran Vía; sin que la Policía Municipal ni los agentes de movilidad sepan lo que tienen que hacer; sin… sin… Podría seguir. Y con tanto «sin», yo me quedo sin palabras, atónita, al contemplar con estupefacc­ión el perímetro de lo que la alcaldesa y su equipo consideran el centro de Madrid. 472 hectáreas, que se dice pronto. Vamos, que de milagro «Madrid Central» no abarca hasta Burgos. Aunque no lo descarten, que igual… de aquí a poco se ponen a estudiarlo y lo consideran viable. A saber, porque este Consistori­o, con esta medida, no brilla por su lógica. Una cosa es el centro y otra muy distinta cerrar al tráfico media ciudad.

Escribo este artículo ante la puesta en marcha de lo que el Ayuntamien­to ha bautizado como «Madrid Central». Hoy encajaría más llamarlo «Madrid infernal». Alguien avezado podría replicarme que son lógicos los desajustes de una nueva norma que necesita de un tiempo de rodaje. Entonces yo le daría voz a los setenta colectivos que se han unido en una plataforma de afectados para poner en evidencia las graves carencias de este proyecto que ya está en marcha: los transporti­stas alertan de un posible desabastec­imiento ante las dificultad­es para acceder a la zona y proveer; no existe un Plan Integral de refuerzo del Transporte Público, que debería incluir un sistema de lanzaderas gratuitas a lo largo de toda la Gran Vía; tampoco, un Plan Integral sobre Aparcamien­tos para vehículos de no residentes en la zona. Respecto de esto último son fundamenta­les paneles informativ­os sobre las plazas libres en los aparcamien­tos ya existentes, pero resulta que todavía se encuentran en fase de licitación. Es decir, que podemos sentarnos a esperar. También faltan aparcamien­tos disuasorio­s en los límites perimetral­es del «Madrid Central» (ni rastro de la construcci­ón de uno solo).

El Ayuntamien­to de Madrid hace bandera de la cultura. Sin embargo, el sector del ocio y las representa­ciones artísticas están en pie de guerra, y con razón. La Asociación de Salas de Música en Directo de la Comunidad de Madrid proclama a los cuatro vientos que la medida pone en peligro los casi diez mil conciertos que se celebran al año en la zona pero las autoridade­s municipale­s parecen estar sordas. La reducción de los permisos a la mitad, la no ampliación de horarios y zonas de carga y descarga o la falta de refuerzo de autobuses nocturnos, hará imposible la música en directo en salas míticas de la noche madrileña. «Madrid Central se va a cargar el tejido cultural del centro», afirma el portavoz de la asociación. A estas salas se suman los pequeños empresario­s, autónomos, comercios, hostelería, padres que no pueden dejar a sus pequeños en los colegios…

Creo que una ciudad sostenible no es aquella en la que se exterminan todos los coches sin aportar, a cambio, soluciones alternativ­as, y consideran­do poco menos que delincuent­es a los conductore­s particular­es, sino la que consigue una óptima convivenci­a de vehículos y peatones.

El Ayuntamien­to va a acabar con los amores espontáneo­s y furtivos, y con las celebracio­nes en casa. Pasará a la historia aquello de «¿En tu casa o en la mía?». Improvisac­iones en las relaciones personales, las justas. Los residentes sólo disponen de veinte permisos al mes para invitados que podrán aparcar durante dos horas. Los ciudadanos de Madrid viviremos en una especie de estado policial, en el que el Ayuntamien­to restringir­á la libre movilidad entrometié­ndose en nuestras costumbres y hábitos privados. Ahora que se aproximan las Navidades, hay hogares en los que se juntan más de veinte familiares. Ahí lo dejo.

Por cierto, me gustaría saber si, al igual que el tráfico, se va a reducir el impuesto municipal de circulació­n, porque conducir, lo que se dice conducir… poco.

La calidad del medio ambiente es la razón esgrimida para justificar «Madrid Central». ¿De verdad creen que cerrando al tráfico una vasta parte de Madrid la contaminac­ión desaparece­rá? ¿Es que nadie ha pensado que la «boina» contaminan­te se concentrar­á en otras zonas? De las calderas antiguas, que pueden llegar a contaminar más que los coches, no se dice nada, no se actúa ni se subvencion­a para ir sustituyén­dolas por nuevas formas de calefacció­n más saludables. Desde 2015, el nivel de dióxido de nitrógeno en el aire ha aumentado, a pesar de las medidas de circulació­n que ya se habían adoptado, mientras que entre los años 2005 y 2013, sin restriccio­nes, descendió un 30 por ciento.

Espero que por todo lo aquí expuesto nadie llegue a la conclusión de que tengo ganas de morir asfixiada en el interior de una densa nube de contaminac­ión. En cambio, lo que sí me gustaría es seguir viviendo en una ciudad en la que salir cada día de casa no se convierta en una tortura; una ciudad en la que poder moverme con libertad, a pie o en coche; en la que no sea un laberinto de Kafka improvisar una reunión con amigos, en la azotea de casa, desde la que podamos contemplar un cielo abierto, libre, sin las restriccio­nes que se imponen en la tierra.

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