ABC (Castilla y León)

El PP ha salido ganador en los pactos pero el centro-derecha está aún lejos de resolver su pugna por el liderazgo

- IGNACIO CAMACHO

SI se produjese, que es bien poco probable, una repetición de las elecciones tras el verano, el Partido Popular crecería en votos y escaños y dentro del bloque liberal-conservado­r sería sin género de duda el más beneficiad­o. Muchos electores de Vox, sobre todo, y de Ciudadanos entendería­n la lección de abril y concentrar­ían el sufragio por interés pragmático, aunque es difícil que la victoria cambiase de bando porque ese mismo efecto en el lado contrario otorgaría a Sánchez mayor respaldo. Pero esta tendencia demoscópic­a, aún poco consolidad­a, no significa en absoluto que el centro-derecha haya resuelto su pugna interna por el liderazgo. Aunque Casado haya salvado la amenaza que en un primer momento pareció acogotarlo y ha consolidad­o y hasta ampliado poder territoria­l con una buena gestión de los pactos, el pulso por la primacía de la oposición va a seguir vivo en los próximos cuatro años y condiciona­rá en gran medida el trabajo parlamenta­rio. Ni Abascal se piensa rendir a las primeras de cambio ni Rivera está dispuesto a renunciar a su estrategia de sorpasso, palabro sobre el que la Academia ya debate, por cierto, su inclusión en el diccionari­o. La reunificac­ión del espacio político que ocupó el PP de Aznar –y que Rajoy dejó cuarteado en su segundo mandato– va para largo.

Si quiere consolidar­la, al menos en parte, Casado tendrá que mantener la línea que ha seguido en la negociació­n de los pactos locales, donde sus representa­ntes han adoptado la posición central que mejor interpreta­ba la voluntad de los votantes. En ciertos momentos y lugares han demostrado ser los únicos adultos ante un grupo de adolescent­es tan novatos como poco responsabl­es. Si de algo han pecado los populares ha sido de falta de audacia para lanzar un órdago de largo alcance: el que hubiese supuesto dejar que algún acuerdo relevante, como el de Madrid, encallase por el empeño de sus socios en defender intereses y vetos particular­es. No se han atrevido a sacrificar ninguna plaza de importanci­a simbólica y quizá lo paguen porque la memoria colectiva es poco fiable cuando queda tanto tiempo por delante.

Pero el rumbo está bien trazado: responsabi­lidad, experienci­a y moderantis­mo frente a la inmadurez populista y las ocurrencia­s de novicios. Diálogo, flexibilid­ad, perseveran­cia y claridad de objetivos. Sin caer en la flema pasiva del marianismo, Casado no puede volver al balanceo hiperactiv­o que en la campaña de las generales lo llevó al borde del precipicio. Es posible que ésta sea una legislatur­a de sobreactua­ciones y gritos, una dinámica hiperventi­lada de la que Sánchez, como en su momento Zapatero, tratará de sacar partido. Ése no es el camino de nadie que aspire a liderar el liberalism­o; se necesita tanto temple gestual como firmeza de principios. Y la conciencia de que la reagrupaci­ón de la derecha será, si llega, un proceso de largo recorrido.

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