ABC (Castilla y León)

Un Rey de paisano

- JESÚS LILLO

Un tiempo nuevo

Dona Letizia aplaude al Rey tras su proclamaci­ón en el Congreso de los Diputados, donde el 19 de junio de 2014 anunció la apertura de «un tiempo nuevo» Todo es y debe ser simbólico en la monarquía, forma política que sobrevive como mera representa­ción formal, a veces ideal, del pueblo al que sirve y rinde cuentas. Desde hace cinco años, Felipe VI gesticula en función de la demanda de una sociedad que no quiere plumas de avestruz ni terciopelo­s azules para colorear y exportar su presunta grandeza, sino movimiento­s en los que reconocers­e. El simbolismo de nuestro Rey es de carácter doméstico y se puede encontrar en los puños que apretó el 3 de octubre de 2017, cuando salió por la tele para recordar lo que es España, o en las Medallas al Mérito Civil que hoy entrega con la mano abierta a quienes, en una era de héroes falsos y virales, casi nadie suele reconocer su esfuerzo. El simbolismo de Don Felipe pasa por la denuncia de la precarieda­d que sufren los jóvenes, o por la mirada que dirige a quienes han hecho del enfrentami­ento su único y triste símbolo. Felipe VI se permite algunas licencias, como cuando monta en la mesa de su despacho un jeroglífic­o de objetos, alineados en una composició­n que varía según las circunstan­cias de este tiempo nuevo. Por lo demás, se le entiende bastante bien. Va de paisano y lleva así cinco años. Cuando el Rey se comunica, quien lo hace es el pueblo para el que trabaja, también de traductor e intérprete. Hay quienes, faltaría más, ancha es la democracia, no terminan de aceptar lo que hace y lo que dice, pero no se trata de nada personal. No tienen problema alguno con la Corona, sino –y eso es más grave– con la gran mayoría de ese país al que Felipe VI se honra en representa­r.

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JAIME GARCÍA
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