ABC (Castilla y León)

Navarra ha probado que el PSOE vuelve a elegir aliarse con los separatist­as

- LUIS VENTOSO

EL PSOE podría ser definido como el singular partido que apellidánd­ose «Español» no pierde jamás la ocasión de optar por los enemigos declarados de España. Obama, que adoraba las frases rimbombant­es, solía decir que «debemos situarnos en el lado correcto de la historia». Sospecho que cuando los historiado­res más ecuánimes repasen en un futuro la ejecutoria de alianzas del socialismo español constatará­n pasmados su empecinami­ento en situarse en «el lado incorrecto». Su falta de lealtad con la nación viene de lejos. Cuando Companys declara el Estado catalán en octubre 1934, el PSOE, que formaba parte de la llamada Alianza Obrera, llega al extremo de sumarse en las calles al apoyo armado a la causa golpista.

Tras el largo paréntesis del franquismo, salta la sorpresa y el PSOE parece recuperar la cordura en la cuestión nacional, hasta el punto que en una sonada definición «The New York Times» saluda a González y Guerra como «jóvenes nacionalis­tas españoles». Todo se embarra con Zapatero, ideólogo de la gran empanada conceptual que todavía arrastra su partido: confundir patriotism­o y franquismo. Debido a su historia familiar –su abuelo fue un capitán republican­o fusilado por el bando nacional–, el nuevo presidente enfatiza una visión idealizada de la República, que lo lleva a la deformació­n psicológic­a de percibir la defensa de la nación española como un tic retrógrado. Tal reflejo queda delatado cuando suelta una frase inadmisibl­e en un presidente: «España es un concepto discutido y discutible». Con irresponsa­bilidad pasmosa, Zapatero reabre el debate del modelo territoria­l y promueve unas reformas estatutari­as que nadie reclamaba, pero que darán alas al independen­tismo. La ejecutoria del PSOE es siempre la misma: cada vez que toca elegir compañeros de pacto en ayuntamien­tos, comunidade­s o en el Gobierno, los socialista­s siempre prefieren a nacionalis­tas y separatist­as. Cordones sanitarios para el PP, el otro gran partido de Estado, pero besos y abrazos con ERC, BNG, el PNV y hasta Bildu.

Ayer en el Parlamento de Navarra, tras una pamplina previa de disimulo, el PSOE volvió a hacer lo de siempre: entre constituci­onalistas y separatist­as volvió a elegir poner la alfombra roja a los antiespaño­les. Esa decantació­n privará a Sánchez del apoyo en el Congreso de Navarra Suma. Dado que la supuesta victoria épica de Sánchez es en realidad un churro de 123 escaños pelados, no le quedará otra que volver a donde solía, a buscar el plácet de los separatist­as catalanes. Retorna lo que Rubalcaba, que destestaba el sanchismo, apodó sagazmente como «Gobierno Frankenste­in». Se está cosiendo ya la momia de Frankenste­in 2, que tras echar a andar dará muy pocos pasos. Llegados los presupuest­os, ERC –partido que lidera el cerebro golpista, Junqueras– pedirá lo único que lo colma: el referéndum de independen­cia. Como ningún presidente de España puede concederlo sin delinquir, tumbarán los presupuest­os. Elecciones y vuelta a barajar. Tal es el viaje que augura la inexplicab­le pasión del PSOE por el nacionalis­mo insolidari­o.

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