ANÁLISIS
Pedro Sánchez sabe desde la misma noche electoral que no podría componer una investidura con Albert Rivera
En las últimas horas, las gestiones del PSOE le van a permitir asegurar prácticamente los Gobiernos que aún bailaban en Aragón, Canarias, Baleares y Navarra. Mucho vuelco tiene que producirse
para que no sea así, y para que estos movimientos tácticos no sirvan además para apuntalar la investidura que, pese a las tácticas engañosas de simulación, pergeña Pedro Sánchez en secreto sin Ciudadanos.
No es ocioso que el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, dijese ayer con nitidez que «no vamos a ser a los responsables de unas segundas elecciones». Sánchez sabe desde la misma noche electoral que no podría componer una investidura con Albert Rivera. Si así fuese, y pese a todas las presiones empresariales, políticas y mediáticas que esté forzando Moncloa sobre Ciudadanos, Sánchez no habría invocado aquel «con Rivera, no» de Ferraz, ni habría actuado por libre para situar a Miquel Iceta al frente del Senado. Ni Sánchez ha contado con Ciudadanos para plantearle un «gobierno de cooperación», ni ha hecho, que se conozca, oferta alguna a Rivera. Solo ha exigido un cheque en blanco con la estrafalaria idea de ser investido con los votos de Ciudadanos, para gobernar después con los de Podemos, el separatismo catalán y el nacionalismo vasco. Y gratis en política no se dan ni pegatinas.
Quizás Manuel Valls se veía ya incrustado en el Gobierno de Sánchez