Cumbre comunitaria en Bruselas El modo más culto
Aznar quiso construir, junto a Bush y Blair, una nueva hegemonía para superar el papel de segundona que a España le reservaba el eje francoalemán. La idea era buena pero los trenes de Atocha saltaron por los aires y fue un fracaso la guerra de Irak. La alianza que Pedro Sánchez intenta con Macron no es tan ambiciosa como la de Aznar, ni ha conocido ninguna desgracia comparable, pero tampoco está funcionando para nada más que para dejar a Albert Rivera como un cretino.
Merkel tiembla y se va, Italia está medio haciendo el ridículo, un poco como siempre, e Inglaterra se prepara para un Brexit duro de impredecibles consecuencias. Los nuevos populismos, que no son tan nuevos, se atreven a insultar a Europa, y a despreciarla, e incluso los que más le deben a la Unión, más osan despreciarla. Desde Podemos hasta Vox, pasando por el independentismo, se arremete sin rubor contra la mayor construcción política y social desde que la libertad ganó la Segunda Guerra Mundial.
Este desprecio a la UE, y este tensar la cuerda como si no importara que se rompiera, tiene mucho de niño mimado que juega con lo que no se da cuenta que no tiene repuesto. Las cesiones, la generosidad, el compromiso con el proyecto colectivo y un sentido de la Historia y del destino hicieron posible este espacio de civilización como un dique de contención contra la barbarie. Fue largo y difícil conseguirlo, y tuvimos que sufrir mucho para darnos cuenta que necesitábamos crearlo.
Hoy muchos tratan a la UE como si fuera una antigualla, un capricho de viejos socialdemócratas chiflados, una prevención excesiva contra un peligro que no existe o que ya no existe. Tales jinetes creen que son más listos que los demás y portadores de una luz nueva ante la que cualquier tradición palidece. En el fondo de sus discursos –de sus actos, ya veremos– estos apologetas se parecen poderosamente a los que causaron los tremendos destrozos sobre los que la Unión Europea hubo de construirse.
El Mal existe y es infinita la capacidad del hombre para destruirse y para autodestruirse. Que en nombre del buenismo y de la corrección política se hayan cometido errores de bulto, e incluso de demasiado bulto, en asuntos relacionados con la inmigración, con la falta de armonización jurídica y fiscal, o en la negación de nuestras raíces cristianas, que tanta desorientación nos ha provocado, no significa que la Unión no sea el modo más culto, razonable e higiénico de relacionarnos, entre nosotros y con el mundo entero; ni que ya no existan los viejos y tenebrosos fantasmas, ni que no necesitemos imperiosamente defendernos de ellos.