Antaño visto como un bufón, apunta a primer ministro
EL colorista Boris Johnson, periodista de oficio, es el único político al que el público inglés denomina por su nombre de pila y otorga estatus de estrella de rock. En un país que adora la excentricidad, el inteligente Boris ha cultivado su punto travieso: flequillo rubio disparado, chistes y artículos rompedores, frases incorrectísimas («si votas tory acabarás teniendo una mujer con tetas más grandes y un BMW M3»). Vuelos en tirolina sobre parques londinenses agitando la Union Jack. Adulterios escandalosos, cantando arias de Puccini con su amante por los taxis... El país disfrutaba con sus astracanadas, pero no acababa de tomárselo en serio. Era el bufón de Westminster y él mismo hacía autoparodia: «Mis posibilidades de ser primer ministro son equivalentes a las de convertirme en aceituna». Una boutade. En realidad lleva toda su vida adulta soñando con el Número 10. Nunca soportó que se le adelantase un compañero de Oxford dos años menor y al que consideraba inferior: un tal Cameron. En 2015, incluso escribió una mediocre biografía de Churchill sin más objeto que el mensaje subliminal de compararse con el viejo león.
En la era del populismo, el mejor chiste de Boris está a punto de concretarse: es favorito para dormir en julio en el Número 10, sin haber ganado siquiera unas elecciones. ¿Bueno para el Reino Unido? Si creemos al conocido columnista Matthew Parris, en su día político tory, las perspectivas no son halagüeñas: «Es deshonesto, traidor, mentiroso y vago». Los funcionarios del Foreing Office que lo sufrieron como ministro de Exteriores han chismorreado que además «es increíblemente desorganizado», un caos. Compuso un flojo ministro, ciertamente, pero se cuidaba de salir cada mañana a trotar fotogénicamente por St. James’s Park con unas bermudas de flores. Sus biógrafos retratan a un obseso de la autopromoción: «Lo tiene todo preparado. Hasta sus bromas y su pelo están calculados». En 2004, casado y padre de cuatro hijos, dejó embarazada a su amante de entonces, la periodista Petronella Wyatt, a la que había prometido boda. El romance acabó con un aborto y en los salvajes tabloides de Fleet Street. Boris lo negó todo: «Es una pirámide de disparates». Acabó sancionado por su partido por mentir al público. Nada nuevo: en su debut como periodista, «The Times» lo despidió por inventarse citas.
Como en tantos humoristas, el histrión oculta otra personalidad. «Tiene más vueltas que un remolino», aseguraba Petronella, quien lo retrató como un gran solitario, sin amigos, que odia las fiestas y a su modo anárquico trabaja mucho. La esquirla en el alma de este pijazo de manual, su tristeza interior, procede del divorcio de sus padres en su infancia.
Johnson fue el líder victorioso de la campaña del Brexit (aunque siendo alcalde de Londres hacía declaraciones europeístas). Sus seguidores lo ven como el único político capaz de sacar al país de la UE de una vez y zanjar un debate ya pútrido. Tal vez... En las encuestas, la mayoría de los afiliados tories reconocen que jamás le comprarían un coche usado. Aún así, le votarán en masa. Paradojas de la era del sentimentalismo.